Opinión

Columna de Copano: "Todos los días es Navidad en Polonia"

El invierno polaco es como un especial de Navidad eter- no. En las calles, los adornos y las luces aún rememoran el paso de Santa Claus por acá. Estamos a pocos días del retorno a clases de los universitarios y del inicio de los intercambios en Europa del Este. A mi lado, en el restaurante Zapiezek -suerte de McDonald’s de la comida local- están Rosa y Leo, quienes vienen de México a estudiar y me invitan a tomar un brebaje de naranja, limón, clavos de olor, miel y vodka caliente. Acá todos beben alcohol 24 horas para temperarse y sobrevivir a los 15 grados bajo cero que podrían eliminar tus dedos si no usas guantes.

Cuando eres turista cono- ces gente al instante si habla tu idioma. Yo llevaba días sin escuchar el lenguaje español, hasta que saludé a Rosa y Leo en inglés. Al escuchar cómo hablaban obviamente cambié el switch. Es un rito saludarse y conversar con los que se parecen a los tuyos y todos los latinoamericanos pasan a ser tu familia en un viaje. Es el instante donde vuelves a casa de sorpresa. Los conocí al pedirles una foto en el viejo barrio de Var- sovia, cuya característica es ser protegido por la Unesco y destacado por su reproducción casi exacta después de los bombardeos de la guerra. Todos los adultos tienen cara de haberla vivido. La pena no se va.

Rosa y Leo tienen de guía a Nikki. Nikki es un chico de tono duro pero buen corazón que nos saca de paseo por esta ciudad. Al prender la radio del auto, parecen los ritmos sacados de Vladivostok FM: la radio del Grand Thief Auto 4. Rap mezclado con cantos en polaco clásico.

El mall del centro de Varsovia se parece a Epcot Center en su forma, y tiene lo que hay en todos los centros comerciales del mundo, pero con una condicionante especial: los precios en comparación al resto de Europa. Es por eso que muchos toman los aviones de bajo costo como Ryan Air para comprar- se todo. Ryan Air es como un bus con alas, donde te cobran más si llevas peso y no existe ninguna comodidad: los asientos no son reclinables, cuando aterrizas suena una bocina tipo Windows 95 que recuerda los escasos atrasos de la aerolínea y la comida se te cobra. Incluso a veces hacen bingos para ganar un auto que nadie se lleva.

Por lo mismo son vuelos extremadamente baratos que son perfectos para moverse de un punto a otro de Europa.

Nikki, nuestro guía, nos habla un poco del ambiente y de cómo se llevan con los vi- sitantes de otros países. “Acá no hay buena onda ni con los rusos ni con los alemanes. El problema es que a estos últimos en los colegios les enseñan poco y nada de las atrocidades que hicieron en la guerra. Por eso, hay algo de distancia”. Confiesa mientras cae la nieve.

El museo del alzamiento del ghetto de Varsovia y los monumentos recuerdan a cada momento el dolor de esa época.

Yo estoy acá, y pienso en Chile. Y pienso en las peleas, y en los vecinos, y los cantos pelotudos que nuestros mari- nos hacen para enorgullecer- se de la posibilidad de matar a la humanidad.

Pienso en eso, y pienso en la pequeñez del mundo ya que no sé hablar polaco, pero me defiendo en el inglés. Inglés que alrededor de este centro comercial refleja el mundo que conocemos tú y yo. Que es el mismo en casi todos lados: en cada aero- puerto, un Frapuccino. En cada bar, una Coca-Cola Light. En cada tele la BBC, la MTV, Al Jazzeera y la CNN. Cam- bian los museos, cambian los paisajes, cambian los lengua- jes. Pero siempre estamos en casa.

Traté de comprar revistas en el aeropuerto y ya las tenía en el iPad. Traté de buscar un recuerdo y estaban todos en mi cámara, compartidos y mezclados con los de otros conectados. No sé si ya es bueno comprar recuerdos por lo mismo en los viajes: los mejores se guardan en el corazón.

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