Columna de Juan Manuel Astorga: "Único e irrepetible"

Para unos, el fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez, era un dictador encubierto, que ma- nipulaba las elecciones a su an- tojo, que no respetaba la libertad de expresión y que despreciaba tanto el estado de derecho como a cualquiera que no comulgara con su revolución. Un chauvi- nista, engreído y responsable

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de llevar a su país por la senda de la catástrofe económica y la destrucción de su capacidad productiva. Un villano.

Para otros, ese mismo Hugo Chávez era un humanitario de ideales claros y norte fijo: sacar a los venezolanos de la pobreza y el subdesarrollo, valiente retador del imperialismo estadouni- dense y solidario con los otros olvidados pueblos latinoameri- canos. Un militar raso que sin formación profesional supo aprovechar sus oportunidades. El gobernante que una década antes de que la desigualdad que indigna y mueve a las masas se convirtiera en un tema global, ya peleaba contra los desequili- brios que produce la riqueza. Un héroe.

Como todo en la vida, nada es blanco o negro y no hay duda de que en este caso en particular, abundan los grises. En estas horas posteriores a la muerte del comandante venezolano, se ha producido un fenómeno sólo atribuible a la emocionali- dad que origina su partida. Sus partidarios son incapaces de admitir los errores de su gobier- no y sus detractores, egoístas en reconocer los aciertos de su administración.

Niegan sus simpatizantes que la personalidad y carisma de Hugo Chávez lo convirtieron en un gobernante de tintes autoritarios como no hay otro en Latinoamérica –salvo Cuba- y que, por lo mismo, centró parte importante del poder en su abusivo dominio. Aunque tuvo casi siempre el Congreso de su lado, cuando no obtenía rápido lo que quería, gobernaba mediante decretos. Y cuando las leyes le impedían hacer algo, las cambiaba.

No dicen sus seguidores que el comandante concentraba tanto el poder que debilitó a otras instituciones, como el mismo parlamento y el tribunal supremo. Tampoco recuerdan que dio una pelea frontal contra los medios de prensa y que el respeto a la libertad de expresión le era indiferente. Prueba de ello fue que aumentó de forma potente el control sobre los contenidos de los diarios, radios y canales de TV.

Los chavistas hacen también la vista gorda ante las graves consecuencias que produjo la permanente nacionalización de empresas extranjeras. No sólo le valió un enfrentamiento con la comunidad internacional, sino que fue el caldo de cultivo para la inestabilidad económica, otra realidad que niegan sus adeptos. Fanáticos de su gobierno relati- vizan que en la última década se han perdido más de 170 mil empresas, que existe un nivel de endeudamiento que llega a 280 mil millones de dólares, que el salario mínimo no cubre el costo de la canasta básica y que deja un gigantesco hoyo fiscal.

Tampoco se hacen cargo sus partidarios de los altos niveles de corrupción, de un marcado antisemitismo y de la creciente ola de delincuencia, con 50 personas asesinadas cada día. Del otro lado, los detractores

del fallecido Hugo Chávez le niegan cualquier reconocimien- to positivo a sus 13 años en el poder. Concentran sus críticas en lo malo, cuestionando su asistencialismo y traspaso monetario directo. “Daba el pescado pero no enseñaba a pescar”, dicen. Claro que lo que no recuerdan es que en 1998 había un 50,4% de pobres y que hoy llegan al 31,6%. Olvidan que en las décadas de los 80 y 90 se registraba una caída anual promedio del producto interno bruto (PIB) del 2%.

Los enemigos políticos de Chávez se esmeran en repetir que la producción de crudo entre 1999 y 2011 bajó un 21%, pero olvidan decir que un porcentaje importante de esa disminución fue pactado con la organización de países exporta- dores de petróleo, la OPEP, que a fines de los 90 vivía una severa crisis. Uno de los compromisos de Chávez, cuando llegó al po- der, fue negociar un fuerte recor- te de su producción, para poder mejorar el precio del crudo. No hay rival que se acuerde de ese episodio clave. Tampoco que, a pesar del petróleo, los gobiernos anteriores al suyo tenían a 3⁄4 partes de la población viviendo debajo del umbral de la pobreza.

A la hora de sus balances, los oponentes al fallecido manda- tario parecen desconocer que, antes del arribo del militar, Venezuela vivía un caos político producto de una corrupción desbocada que no se compara con los niveles de hoy.

Niegan sus antagonistas ideológicos que la tasa de alfabe- tización pasó del 90,9% en 1998 al 93,60% en 2010. Olvidan tam- bién que en el 2000 había casi 900 mil universitarios, versus los 2 millones 300 mil que existen hoy. Y parece que no saben que el número de viviendas ha cre- cido en 2 millones y la renta per cápita, que hace 14 años llegaba a 8 mil 500 dólares, hoy supera los 12 mil 700 dólares.

Les gusta decir a los anti- chavistas que su gobierno se enfrentó con los medios de prensa, pero jamás agregan que pocas veces un presidente ha sido más insultado y criticado en esos mismos medios.

Quienes cuestionan que el presidente venezolano haya transferido tantos recursos a otros países de Latinoamérica, nunca se preguntan por qué otros no salieron en ayuda de sus hermanos como sí lo hizo Chávez.

Y por supuesto, lo que más les duele a los contrarios a Hugo Chávez es aceptar que ganó democráticamente todas sus elecciones, las que fueron supervisadas por organismos internacionales independientes. En otras palabras, que el pueblo venezolano que hoy lo llora validó en las urnas su sistema político.

No fue un santo. Tampo- co Simón Bolívar, como sus seguidores lo quieren presentar. Pero tampoco Fidel Castro o Stalin, con quienes sus enemigos insisten en compararlo. Fue Hugo Rafael Chávez Frías. Con sus virtudes y defectos, luces y sombras, aciertos y errores, para bien o para mal, una figura única e irrepetible.

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