Columna come y calla por Felipe Epinosa: "Corazón de sandía"

A propósito de humo blanco, hace poco estuve sentado en un lugar tan blanco y dulce como el azúcar, un sitio donde cada rincón irradia pulcritud y orden. Es más una pastelería, un salón de té como dirían los antiguos. Canela es un pequeño lugar con grandes secretos. Yo me dejé caer al almuerzo que es cuando el menú del día se apodera de las mesas, pero aquí la afición está en lo dulce, lo delicado, lo romántico y lo femenino.

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Por Eliodoro hay que tener cuidado y abrir bien los ojos, o mejor, llevar bien clara la dirección. Dubitativo te puedes poner pues hasta un timbre se debe tocar para que te reciban en este azucarado lugar. La simpleza es encan- tadora. El blanco recurrente del espacio logra destacar solo una batidora en un color mas cálido, flores en detalle elocuente y la mano de su propietaria en cada plato. Fui por el menú y me llevé una grata sorpresa.

El día era caluroso y nos recibieron con una limonada de frutillas, meloso brebaje de color amor que no pasaba inadvertido. Unos lindos platos llegan con pan pita y para untarlo algún tipo de gazpacho. De entrada se podía escoger, ese día el debate era entre una fresca ensalada de hortalizas y atún o un caldo de zapallo bien terminado que mató entre mis comensales.

De principal, plato único bailable. Mientras sonaba el disco de Francisca Valenzuela masticamos un charquicán bien preparado que tan bueno estaba que mi madre se comio plato y medio. Esto es sólo el prefacio de la obra, lo mejor estaba por venir. De postre pedimos la torta de mil hojas, bien rellena, húmeda y bien cubierta de suave merengue. No soy muy dulcero pero en un par de cucharadas el ge- neroso trozo de torta se robó mi corazón. Para cerrar una ronda de cafés con un coqueto pastelillo en escolta.

Canela es de partida una gran cocina, hay cuidado en los detalles y destreza en la manufactura azucarada. Hay una carta dulce muy atractiva en sus títulos y muy suge- rente en sus descripciones. En el aire se combina mucha pastelería de vieja escuela con maravillosos toques de modernidad, recetas ancestra- les se funden con montajes de vanguardia logrando así derretir los paladares de sus visitantes.

El punto alto seguro se observa en un buen desayuno o a la hora del té, pastelitos tortas o macarrones son el talón de Aquiles de cualquier señorita. En esta casa la femineidad reina, la sutileza se respira y el corazón se ali- menta. Tengo ganas de volver, el pie de limón me llama a gritos y no lo puedo dejar de escuchar.

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