Columna de TV: Más vale buen conductor que un gran presupuesto

Por Marcelo Ibáñez.

Más que un formato, los “late show” son sobre todo una franja horaria. Una manera de utilizar los espacios disponibles a eso de la medianoche y alargar el prime. Porque más allá de la escenografía, los trajes del conductor, la banda de músicos, los sillones para los invitados y los tazones de café -esos que acá todos usan emulando a los rostros estadounidenses que definieron la forma moderna de hacer un “late”-, los “late show” son básicamente un programa de entrevistas. O de “conversación”, como les gusta decir a los malos entrevistadores. Pero con una gran diferencia: el horario, el mismo que les permitió a sus conductores ser más relajados, hilarantes, jugados y deslenguados a la hora de enfrentar a los entrevistados, ayudando a definir el corazón del formato.
Es esa diferencia ideológica la que hace que un programa como “De Pé a Pá” con Pedro Carcuro no sea considerado un late, a pesar de tener una estructura tan similar. Porque en un late todo gira en torno a la capacidad del conductor para disfrazarse de comediante, manejar los tiempos a la hora de ser íntimo o punzante, entregar una opinión y parecer, finalmente, la medida de todas las cosas. Por ello no es raro que hace algunos años todos quisieran tener un “late” en la televisión chilena. Porque a sus conductores les permite opinar, estar al aire diariamente, ser relajado a pesar del traje e insuflarle aún más aire al ego.
Así, en sus amplias y diversas formas, los “late show” son un universo múltiple y variado, un formato que siempre se adapta para girar en torno a su estrella conductora. De eso han dado cuenta los “lates” chilenos.
En “El Late” del comediante Fabrizio Copano por ejemplo, los sketches eran el centro del programa y los entrevistados sólo una excusa, un pie forzado para tratar de obtener rating de antemano y hacer girar los guiones en torno a reírse de ellos.  Caso contrario a “SDNL” donde los entrevistados -casi siempre de la farándula- son tratados con guante blanco por un zalamero Vasco Moulian que siempre juega al cómplice partner.
En “Demasiado Tarde” Nicolás Copano intenta acorralar políticos, debatir con analistas y dar espacio a líderes sociales sin mucha visibilidad en los medios tradicionales, mezclado con chistes irónicos sobre la actualidad;  todo con una moral de indignado a lo Jon Stewart, el maestro que mezcló  la moral del late con el peso de los noticieros, definiendo el concepto del “infotaiment” (información de manera entretenida). Entre los dos ejemplos anteriores parece establecerse “Síganme los Buenos” de Julio César Rodríguez: un programa donde el conductor muestra todo su oficio periodístico y de RR.PP, con una línea editorial muchísimo más ancha e interesante que la de Moulian y un estilo de conversación  muchísimo mas conciliador que el de “Demasiado Tarde” pero siempre apuntando a la actualidad.
Y ahora llegó “Más Vale Tarde”, el late que debutó el lunes pasado en Mega bajo la conducción de Álvaro Escobar, la dirección de Ignacio García y la producción de Pablo Alvarado, dos responsables del éxito de “Mentiras Verdaderas” de La Red.
Más allá de la chaqueta a lo “Pepito TV” con que debutó su conductor o esa extraña sensación de ver personas y hasta autos pasar como sombras detrás de la escenografía –dos de los ítems que alimentaron el trolleo en Twitter-, “Más Vale Tarde” es uno de esos casos televisivos que reviven el viejo y siempre presente debate futbolero: ¿De quién es la principal responsabilidad del rendimiento de un equipo? ¿Del DT y su grupo técnico o de los jugadores que no la meten? ¿De Labruna, Gallego, Cagna –y un largo etcétera- o de los que saltan a la cancha?
“Más Vale Tarde” es un late que toma elementos de la amplia variedad que entrega el formato, descritas anteriormente a través de los casos chilenos. Parte con los “Titulates”, una revisión en clave comedia de las noticias del día –en un formato muy parecido a los “Trending Topics” del “Demasiado Tarde”, sólo que acá el conductor está de pie como en los monólogos fomes de Julio César-, sigue con un entrevistado normalmente premium –Andrés Parra, el actor que interpreta a “Pablo Escobar”, Omar Labruna el día que fue despedido, Ximena Acevedo, la viuda del sindicalista asesinado por una “bala perdida” según la policía, el hijo de Raquel Argandoña-, rellena con notas supuestamente divertidas, remata con una sección de infotaiment flojísima –“No alcanzó a ser noticia”- y tiene al guionista Pablo Araujo en el papel de Dios.  Pero a pesar de tener un buen equipo editorial, un presupuesto importante para los invitados, una libertad nunca antes vista en Mega y un guionista de lujo, “Más Vale Tarde” tiene un gran problema: su conductor.
Hasta el momento, a Álvaro Escobar le quedó grande el poncho y el set.
Grave, tomando en cuenta que el formato exige el manejo de grandes conductores. Y aunque del lunes al viernes la dirección tomara buenas decisiones para que no se notara tanto –como pasar de que Escobar leyera los “Titulate” a que estos fueran un tape- ni la mejor producción del mundo puede maquillar las falencias de un mal conductor y menos aún la de un pésimo entrevistador.
Si el primer capítulo lo salvó la simpatía del actor colombiano, lo de Labruna fue un desastre, con preguntas tan absurdas como “¿tu mujer sabía del engaño?”. Un tipo de pregunta que no sólo responde a la evidente ausencia de carisma y oficio para manejar ritmos e intensidades, si no que derechamente hace dudar del nivel de inteligencia de quien conduce. Ni que hablar del capítulo del viernes, con una extrañísima  introducción de un Escobar jadeante –como si hubiese llegado recién de correr un maratón-, la pregunta al director con qué seguían, la pérdida de concentración del animador y una extraña frase que si no me equivoco dice “oye, que estaba bueno el queque” (al segundo 30).
Un buen DT puede disimular las falencias de su equipo, pero es muy difícil ganar campeonatos sin goleadores…
 

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