Columna de Copano: "Miedo al océano"

Existe una teoría llamada el valle inexplicable. La idea es la siguiente: si un robot “se parece” a un humano (por ejemplo tiene ojos) es acep- tado. En cambio si el robot trata de asemejarse completa- mente a una persona genera un automático e inexplicable rechazo. Es lo que sucede con los dueños de los juguetes en la primera entrega de “Toy Story”: mientras que Woody y Buzz nos divierten y compra- mos su merchandising, no hay poleras de los niños de la película, porque a pesar de que se intentan parecer a nosotros, nos inquietan.

¿Qué pasa cuando se cierra un medio? en un país donde decir lo que te gusta es visto como infantil, hay una oleada tardía de reacciones salvajes y de amor. Luego desde el pudor aparecen las provoca- ciones clásicas de un pueblo chico mental, mezcladas con la sobrereacción en contra del debate. Ahí todo se va al carajo porque los aludidos se ponen a la defensiva. Por eso no hay crítica de medios: gana el miedo de que no te llamen de ninguno. Analizar se transforma en una deuda. Y desde ahí no crece nada. Triunfa la gresca. Esa nefasta idea de “póngase la camiseta” siempre acaba en la anulación del otro.

Por eso para mí la lección universitaria más importante vino de boca de Aldo Rómulo Schiappaccasse: los medios son perros. A uno le prestan el perro. Pasea al perro. Baña al perro. Pero uno no es dueño del perro. El dueño del perro es otro. Cuando un due- ño cierra un medio, te quitan el perro con que te encariñas- te. Eso es desesperanzador. Todo este negocio se compo- ne realmente de momentos. Como cápsulas en Youtube. Como recortes de un diario. Como cassettes perdidos. Pero son eso: momentos. Y a veces de la suma de esos momentos nacen militantes. O militon- tos también, intransigentes e impedidos de entender los tiempos. Ahí es cuando los medios triunfan.

Y radica lo mas alucinante: no es poco importante cuan- do un grupo de personas la- menta el fin de un medio. Los medios exitosos son los que generan identidad. El drama de los medios tradicionales es que ya no logran eso. El volumen es mucha diversidad.

Generan momentos, por supuesto, como cuando emiten un partido de fútbol en la tele, pero nadie ya es un “fiel televidente” de un canal. Internet en cambio es un identikit liberado.

Tener una identidad es un valor en la era de la confusión, por eso es todo un mérito lo que provoca el cierre de una emisora de mú- sica alternativa. Pero atentos muchachos, parece ser que ya no es ni siquiera culpa del mercado: el mercado busca so- brevivir por la oleada de cam- bios que vienen. Pasar de eso a una radio popular es una estrategia lógica: el volumen es el presente, para acumular y guardar resistencia en un futuro en donde realmente el choclo se desgrana. Pero hay una figura que no muere. Y no morirá probablemente: la del curador. La del DJ. No hay tanta emoción en Genius todavía.

En lo personal lo que más me sorprende sobre la muerte de una radio, en esta época, es que ese público teniendo una señal que se cierra, no es capaz de abrir otra pestaña en el navegador y dejar de la- mentarse buscando en Google sus canciones preferidas. Eso es relevante y emotivo. Y es el equivalente al valle inex- plicable en los medios y su relación con la tecnología: lo que yo llamo el miedo al océa- no. Es demasiado inmenso. Necesitamos identidad para reunirnos. Tal vez para que ello no suceda más y nos aho- rremos los golpes emotivos es que alguien se proponga real- mente educar a la gente para que pueda construir su propia identidad sin presets.

Uno que es adicto a las nuevas tecnologías y prueba todo, genera cierta isla para evaluar cosas. Y hay veces en que uno no se da cuenta (aler- ta: una autocrítica) que no todos son capaces de armar su lista. Por eso aún emociona ver las reacciones de lo que hacemos, del otro lado de la pantalla, el parlante o el ce- lular. Comunicar, como diría mi amigo Walter Contreras, es un acto generoso. Y ver las reacciones de eso siempre nos alucina.

El final de Radio Horizon- te esta semana entrega esa lección: quizás el camino es guiar en medio del océano de contenidos de Internet a la gente. Pero esa guía no será un GPS: es un humano. Los robots aún no se parecen tan- to a nosotros para dormirse contando ovejas eléctricas.

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