Columna come y calla por Felipe Epinosa: "Bang Bang"

Anoche me topé con una grata experiencia. Fui a comer sushi con mi mujer y lo novedoso de los rollos nos sacudió la cabeza.

Es cierto que hay cada vez más locales de ascendencia ja- ponesa en la ciudad, también es cierto que la mayoría vende lo mismo, tiene el mismo sabor occidentalizado y trans- forma las recetas para que al chileno le gusten.

Ahí es cuando se escapan algunos lugares y se destacan por sobre los demás. Mantener los dogmas orientales es un arte de esfuerzo que bien vale la pena. Agasajar al cliente con detalles ajenos a lo nuestro se transforma en lo interesante, atractivo y entretenido.

Una linda casa esquina con una amable pasarela nos recibe. Son las nueve de la noche y el Ichiban está casi a tope. Sólo queda un par de mesas libres, ni tan libres ya que están reservadas, una de esas es la nuestra. Fui explícito al solicitar la mesa y mis deseos fueron concedidos, primer pun- to para la casa. Gentilmente la anfitriona nos lleva a la mesa, nos enseña las cartas y agrega agua a unos pequeños pocillos delante de nosotros donde, como por arte de magia unos diminutos paños comienza a crecer los cuales sirven para limpiarte las manos. El servicio continúa bien organizado, atento y expedito durante toda la cena, muy cordial e informal en su justa medida.

La carta no es para novatos, hay términos y productos desconocidos para la mayoría, pero el garzón estrella de nues- tra plaza con todo el tiempo del mundo se involucra en nuestras dudas y decisiones. Un orientador de experiencia para un proceso un tanto simple pero lleno de detalles. La fanta- sía del menú es muy lindo para leer, pero poca información para entender. Es ahí cuando quien atiende se transforma en tu guía espiritual del momento, en quien traduce las “voladas” del chef y las aterriza al consumidor, un puente de creatividad.

Minsu Bang es el personaje tras este show, cabeza del negocio y creador de sus sabores. Esa noche de su carta proba- mos una selección de sashimi que presentaba cortes de sal- món, corvina, reineta y pulpo, todo absolutamente fresco y mientras en la mesa del lado sonaban las copas de espumoso yo bebía un jugo de arándanos, uno de los misterios de la ve- lada. Seguimos con rollos, uno sin arroz y envuelto en pepino que le encanta a mi contertulia llamado Naruto y otros dos con mucha anguila que era por lo que salimos a la calle. De uno no recuerdo el nombre, pero el otro, el homónimo.

En raya a la suma la visita fue extraordinaria, de pé a pá las cosas se fueron sucediendo tranquilamente y la calidad de los productos es insuperable, hay una riqueza interna esen- cial en este lugar.

Además, si la casa de Bang está llena, por algo será.

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