Columna de Juan Manuel Astorga: "Que pase el siguiente"

Cargadas de una emocionalidad que, por lo mismo, son carentes de la racionalidad que la política requiere, las reacciones del Gobierno ante la destitución del ministro de Educación, Harald Beyer, rayaron en la exageración. Mirado desde la perspectiva contraria, ocurrió exactamente lo mismo con quienes se ensañaron con la figura del ahora ex secretario de Estado. Mientras a un lado lo consideraban como el “ministro que más ha hecho por la educación en 20 años”, desde la vereda contraria lo calificaban como el “guardián del lucro”. Ni lo uno ni lo otro. Ni tan santo, ni tan demonio. Se hace muy difícil comparar el rol que han jugado los ministros que han ocupado esa cartera, porque dependen, entre otras cosas, de cuánto énfasis le haya querido poner el gobierno de turno al tema. Y más obvio todavía, porque cada período representó en sí mismo un desafío específico.

PUBLICIDAD

Mirado desde esa perspectiva, se hace casi imposible inferir de manera objetiva si el destituido Beyer ha sido el mejor o no de las últimas dos décadas. Lo que en cambio sí es más simple de definir es si califica como uno de los peores, tanto como para ser despojado del cargo. Y a esa conclusión es harto más fácil de arribar: en ningún caso. A su haber se contarán varios proyectos de ley que -y ésta sí que es una paradoja- probablemente serán aprobados por el mismo Congreso que lo destituyó. Si las iniciativas legales apuntan en la exacta dirección que demandan los alumnos, podremos discutirlo. Pero en ningún caso se quedó por empeño.

Es verdad que hay todavía muchas dudas sobre la intensidad y energía que le puso en investigar las denuncias sobre el lucro en la educación superior. Pero a estas alturas de la historia, es innegable que su forzada salida no se debe a una eventual desidia o falta de tenacidad en fiscalizar, sino porque la oposición personalizó en él todas las deficiencias de un sistema educativo que hace rato viene haciendo agua.

Para la Concertación, Beyer era la cara defensora del mercantilismo educativo, de la desigualdad y de la ausencia de calidad, los tres pilares en los que se basan las críticas de los estudiantes.

La contracara de esta historia la puso el Gobierno, que no supo manejar con buena muñeca política el gallito al que la oposición lo estaba desafiando. Al oficialismo le costó y aún le cuesta entender y procesar las demandas estudiantiles y, varias de las que sí ha comprendido, no las comparte.

En el límite de la tontera y como si de políticos amateurs se tratara, representantes de la Alianza se empeñaron en decir que Beyer ha sido el “único que ha fiscalizado el lucro”, convirtiendo esa frase en un balazo en el pie porque deja muy mal parados a sus ex ministros de Educación, Joaquín Lavín y Felipe Bulnes.

La oposición celebra su victoria como si de un triunfo de la selección nacional se tratara. Lo ilustra bien la imagen del diputado PPD Marco Antonio Núñez levantando los brazos de alegría cuando la acusación se aprobó en la cámara. El Gobierno llora la pérdida. Lo grafican las lágrimas de una vocera que se quedó sin habla la noche en que el Senado destituyó a Beyer. Y mientras unos se sienten po- derosos, otros están irritados y ofuscados.

Es de todos, lejos el peor escenario. A 11 meses de que se termine este gobierno y a la espera de que asuma el cuarto ministro en tres años, habrá que ver si su tarea es la de ser combativo y aguantar en una secretaría que ya parece trinchera, o si se aventura en dar la pelea en los múltiples temas pendientes. Me imagino que mientras tanto, los candidatos presidenciales ya habrán pensado en postulantes para ministros de Educación de su eventuales gobiernos. A ese designado sí que le va a tocar difícil. Por ahora, que pase el siguiente.

Tags

Lo Último