Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "Cuando las primarias son secundarias"

La calle tiene derecho a voz, pero no a voto. Ese parece ser el mensaje que esta semana transmitieron varios de los partidos políticos que desecharon la idea de realizar primarias para elegir a sus candidatos al parlamento. Después de meses de debatir el mecanismo en el Congreso y de años de ser demandado por la hoy oposición para que el sistema se convirtiera en ley, ahora deciden no utilizarlo. Y aunque no era obligatorio realizar primarias, el gesto de convocarlas para abrirle un mayor espacio de participación a la ciudadanía en la elección de los candidatos, era una potente señal de que las cosas no se deciden entre cuatro paredes. Salvo Renovación Nacional, que realizará primarias en el 15% de los distritos, las restantes colectividades de la Alianza por Chile y de la Concertación las desecharon.

Ninguno de los argumentos esgrimidos para explicar el fiasco del debut de estas primarias parece tener sustento. Algunos dicen que era mejor llegar a acuerdo para equilibrar la representación dentro de las coaliciones. Otros, que las primarias hacen muy competitivo el clima interno y que más vale concentrar esas energías en las disputas con el contrincante y no con el aliado. En fin. Todos son razonamientos que no se escucharon cuando las primarias se discutieron en el parlamento. Al final, la legislación que nació para ampliar los espacios de participación democrática quedó reducida a una ley que lucirá bien en la estantería de lo inútil. 

Desde el PPD y el PS, dicen que la culpa es de todos, una frase que, en el fondo, nos dice que nadie asumirá la responsabilidad por tamaño fracaso. ¿Dónde está el liderazgo de los candidatos presidenciales? Si lo miramos desde la óptica concertacionista, el DC Claudio Orrego queda al debe por no haber podido ordenar tras de sí a su partido que desoyó el aparente interés de su abanderado por contar con este mecanismo, el mismo que en cambio sí usó la tienda para elegir a su aspirante a La Moneda. Peor es el caso del candidato del Partido Radical Social-Demócrata, José Antonio Gómez. Él es presidente de su colectividad y aún así no pudo capitanear con éxito las negociaciones. Aunque él insiste en que no estaba pidiendo que le guardaran un cupo como candidato a senador en caso de perder la primaria presidencial -argumento esgrimido desde el PPD como el fracaso de todo-, la duda quedó instalada igual. 

Michelle Bachelet tampoco sale bien parada. Dicen que ella se mueve con autonomía de los partidos. Parece que en este caso, la autonomía fue mucha y que no pudo ejercer su liderazgo. Igualmente triste sería que haya sido cómplice de desestimar el proceso. 

El independiente Andrés Velasco puede argüir que no tiene partido y por lo tanto, toma distancia, pero su revés en este caso es que tampoco pudo convencer a los que eventualmente luego tendrían que gobernar con él.

Mientras en Renovación Nacional, Andrés Allamand se muestra como el único candidato que pudo sostener la realización de primarias parlamentarias en su partido, en la UDI la situación es especialmente compleja. Estuvieron a punto de desechar las primarias presidenciales. No lo hicieron, pero su flamante candidato, Pablo Longueira, dijo el martes en el programa “El Informante” de TVN que no era partidario de utilizar el mecanismo para escoger a los candidatos al Congreso. Un día más tarde, el proceso se suspendió. ¿Fue moneda de cambio? Una pregunta válida ante el desconcierto ciudadano. Una ironía para varios postulantes que están hoy en la incertidumbre y que podrían experimentar en carne propia lo que vivió Laurence Golborne, cuya candidatura fue bajada por secretaría.

En el sumario de otra triste historia escrita por nuestra cuestionada clase política, habría que preguntarse también si el rechazo se debió al temor de algunos históricos dirigentes de no poder conseguir una victoria por esta vía. Si fue así, el precio a pagar por haber bajado las primarias para salvarlos será muy alto. No puede pregonarse el interés por construir nuevas mayorías democráticas y, a la vez, que los jerarcas de siempre se nieguen a usar las herramientas que se necesitan para poder cimentarlas. Nacientes figuras de liderazgo interesante como Giorgio Jackson y tantos otros, experimentaron en la práctica lo que siempre han criticado desde la teoría: que las cúpulas políticas no ayudan a darle tiraje a la chimenea.

Así como los partidos, casi todos los presidenciables quedaron al debe. Ya sea porque no los escucharon o porque no quisieron usar la debutante norma. Seguirá siendo el clásico puñado de dirigentes el que concentre el poder para ungir a un postulante o bien negarle esa posibilidad a quien aspiraba a serlo. La idea de traspasarle ese poder a la masa, se quedó en eso, una idea. Una ley bonita y harto discutida pero que  incomoda. Al final las primarias fueron secundarias.

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