Opinión

Columna come y calla por Felipe Espinosa: "Improvisando"

Cuando la vida sonríe no hay que desaprovecharlo, las oportunidades se escapan si no se toman en cuenta y creo que es mejor arriesgarse que después arrepentirse de no haberlo hecho.

Por motivación de mi mujer estoy en Iquique. Un arranque de espontaneidad nos trajo para acá y no me voy a arrepentir, el clima está templado y ni sombra de los temporales capitalinos. Está rico para caminar y recorrer de punta a punta la playa de Cavancha. Esta ciudad es linda, un oasis en el medio de la desértica costa nortina, un puerto con una carga histórica muy relevante que se siente en sus calles, la época de oro (o del salitre) tiene aún fuertes bastiones arquitectónicos que la conmemoran, calles de antiguos adoquines y veredas de madera entrelazan esta capital regional que tiene mucho que contar.

El solo hecho de despertarme escuchando lobos marinos desde mi ventana me embriaga. La motivación culinaria de la ciudad principalmente proviene del mar, pero también de los productos agrícolas de los valles interiores. No hay lugar donde no usen el limón de Pica ni es extraño que el aperitivo por excelencia sea el mango sour pulposo de pura fruta. Se encuentran muchos platos de origen altiplánico y sin lugar a dudas la cercanía con el Perú deja un aroma a chifa en varias esquinas.

Siempre que llego a un nuevo lugar me gusta sacarles información a los locales, los taxistas son sabios si de comer se trata y ahí luego de un par de carreras hubo dos o tres nombres de cocinas que se repitieron y entonaron uno con más fervor: El Wagon del centro no hay que perdérselo, se come bien y la historia de Iquique cuelga en sus murallas. Esa descripción enciende la curiosidad de cualquiera, fuimos temprano y desde la puerta se comienza a sentir ese residual de la época del nitrato natural chileno. Comenzamos con un sour de guayaba y para compartir pedimos unas conchitas calientes, valvas de ostiones con un mix de frutos del mar espesamente servidos, pulpo, locos, cholgas y almejas picadas se amalgamaban en una crema que además con queso gratinaban. De segundo seguimos la recomendación de la casa y pedimos dos de los platos fundacionales del local, el pescado a la sibayana venía sellado al ajillo con verduras salteadas y con quínoa bien graneada. Por otra parte, el pescado oficina Alianza estaba sellado en mantequilla con guarnición de arroz verde y amarillo, todo muy fresco y bien aderezado, platos abundantes que traen un fuerte sabor norteño en cada cucharada.

Mientras los muros nos hablaban del pasado con mucho cartel de época y antigüedades coherentes pedimos el postre, compartimos una torta de merengue bien helada rellena de mango y guayaba, algo tan simple, tan localista y tan sincero que fue un broche de oro para una cena que entre el ruido de las olas y el brillo de las estrellas se transforma en un festín en medio del desierto.

Tags

Lo Último

Contenido patrocinado


Te recomendamos