Fue una de esas llamadas que nunca quieres recibir. Como esas que te despiertan en medio de la noche con el corazón en la mano y pensando lo peor. Era una mala noticia. Desde el sur, el colega Diego Sáez me dio la primera voz de alerta.
Ocurrió hace un mes, mientras almorzaba con mi familia una tarde de sábado. De inmediato se sucedieron las llamadas, fui completando la historia con versiones que me hablaban de algo grave y partí volando a la clínica. Por qué será que en situaciones así uno siempre se aferra a la idea de que estas cosas pueden no ser ciertas. Esa misma noche, después de varias horas en pabellón, se confirmaron los malos pronósticos. Eduardo había sufrido una lesión irreversible en la médula espinal. Sí, mi amigo y compañero, Eduardo Walo Frías, perdía la movilidad de sus piernas producto de un accidente ocurrido mientras practicaba enduro en Chicureo.
Conocí a Walo hace unos cinco años cuando se sumó al equipo de Radio Futuro. Lo había escuchado antes en otras emisoras y aunque no entiendo un carajo de autos, ni me interesa (con suerte sé hacerlo partir), me parecía un tipo agradable, didáctico y generoso para compartir sus conocimientos.
Creo que la primera reunión que tuvimos fue para ponerle nombre a su programa. Alguien nos propuso Calles de Fuego, sacando la idea de esa película ochentera, pero Walo muy amablemente se opuso. Nos dijo que le parecía agresivo y que su programa tenía como misión exactamente lo contrario. Dar consejos, evitar accidentes y promover una conducción responsable. Honestamente, en ese minuto a mí el tema me daba un poco lo mismo. Apenas me acordaba de la película y tratándose de un programa que iría una vez a la semana, los sábados en la mañana, sólo me interesaba resolver rápido el asunto. Ante la pertinaz oposición de Walo empezamos a tirar nombres hasta que apareció Rock&Ruedas (léase rock and ruedas, como rock and roll). No sé si era la mejor opción, pero al final nos quedamos con esa porque sintetizaba el encuentro entre todo ese mundo rockero que representa la Futuro y la experiencia de Walo en la mecánica, los motores, los autos y especialmente sus amadas motos.
Con sencillez, cordialidad y buen humor, Walo llegó a la radio a hacer lo que sabe hacer. Comunicar su pasión por todo lo que tenga que ver con ruedas y motores. Matizaba sus comentarios con AC/DC, Led Zeppelin, Metallica y todo nuestro arsenal. Funcionó. A la temporada siguiente nos jugamos para que el programa fuera de lunes a viernes y así Walo se ganó el cariño y respeto de todos.
Sus impecables coberturas del Rally Dakar, junto a Diego Sáez de Radio ADN, coronaron una gran entrega profesional y el sueño que había atesorado desde joven. Walo siempre me decía que vivir el Dakar y conocer la prueba por dentro era como si a mí me mandaran a un Mundial. En eso empatamos, porque toda mi ignorancia tuerca es proporcional a la de Walo con el fútbol. Nos pasó varias veces que su programa coincidió con un partido importante de la Selección y fue el radiocontrolador el que tuvo que soplarle si había un gol y quién lo había hecho, porque nuestro querido conductor es incapaz de distinguir entre Sánchez, Medel o Vidal.
Uno de los secretos que explican el éxito de Walo es su contacto con los auditores. Nadie, excepto los que alguna vez le escribieron y los que nos quedamos hasta tarde en la radio, sabe que uno sus ritos es destinar 2 ó 3 días de la semana a contestar los correos que la gente le envía con sus dudas o pidiéndole consejos. Como el porcentaje de preguntas que se alcanzan a mencionar al aire siempre es menor, Walo se autoimpuso la costumbre de contestarles a todos los que escribían a su programa. Es normal verlo pegado al computador del locutorio respondiendo mails, ya pasadas las 10 de la noche, una hora después del cierre de su programa.
Espero no ser indiscreto, pero hace pocos días en la clínica Walo me confesó un íntimo anhelo. “Voy a volver a subirme a una moto”. No dudo que lo harás, querido amigo. Tampoco dudo que muy pronto volverás a estar frente al micrófono. Eres un luchador y este accidente es un desafío más en esta carrera que llamamos vida. Y la vida empieza en cada amanecer.
Por Carlos Costas