Columna de Juan Manuel Astorga: "Nadie sabe para quién trabaja"

La idea la planteó como una forma de salir del paso ante los cuestionamientos internacionales que recaen sobre Estados Unidos, frente a lo que parece un empecinamiento en intervenir militarmente en Siria. El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, dijo que la única manera de que el régimen sirio evite un ataque norteamericano sería si su presidente, Bashar al Assad, entrega sus armas químicas a la comunidad internacional. Kerry estaba tan pesimista frente al tema, que llegó a decir que Damasco podría entregar todo lo que tiene y permitir un recuento completo, “pero que no lo va a hacer”. Por eso mismo, el funcionario de la administración de Obama jamás pensó lo que vendría después.

Rusia recogió la frase de Kerry y la convirtió en una propuesta formal: le pidió al presidente Sirio que ponga todo su armamento químico bajo control internacional para que sea destruido y así evitar una guerra. Lo que fue una frase al pasar, se transformó en un plan. Y, para mayor sorpresa, uno que terminó siendo aceptado por Bashar Al Assad. Dicho sea de paso, al acceder a la idea, el gobierno sirio terminó reconociendo implícitamente que tiene armas químicas, algo que había negado anteriormente.

Ahora bien, el gobernante sirio exigió a cambio a Estados Unidos que renuncie a las amenazas como condición para entregar sus armas químicas a la comunidad internacional, al tiempo que denunció que los rebeldes sirios reciben sustancias químicas del exterior y que a ellos nadie les está poniendo condiciones. Assad dijo también que “cuando veamos que EEUU realmente desea la estabilidad en nuestra región y deje de amenazar y de empeñarse en un ataque y también cese los suministros de armas a los terroristas, consideraremos que se pueden llevar a cabo los procesos necesarios hasta el final”. De cualquiera manera, la respuesta del líder más cuestionado del mundo este 2013 fue un respiro en momentos en que el aire cada vez estaba más cargado a la pólvora.

La propuesta de Rusia ayudó a descomprimir el ambiente y poner paños fríos justo cuando a temperatura tenía delirando a varios líderes. Pero además, puso en jaque la estrategia de Barack Obama, quien está convencido de la necesidad de un ataque militar para debilitar a un gobierno que trae más problemas que soluciones a una región sumamente convulsionada. El mandatario estadounidense sabe que no tiene suficiente respaldo interno para aventurarse en una guerra que podría repercutir en su popularidad y enemistarlo con una parte del espectro político de su país. Por lo mismo, le traspasó la decisión al Congreso, al cual le pidió que vote en conciencia si incursionar o no en la zona. El Capitolio sabe que oponerse significaría perpetuar las matanzas en Siria, por lo que, en el fondo, se quedó con el problema en sus manos. Buena tabla de salvación le puso Rusia al Congreso, y todo gentileza de John Kerry.

Desde que comenzó el conflicto en 2011, Moscú ha sido el principal aliado de Siria y como tal, se ha encargado, de bloquear cualquier intento en el Consejo de Seguridad de la ONU para que el gobierno de Bashar al Assad responda a las acusaciones que se le hacen desde Occidente. La comunidad internacional, impactada por las sistemáticas matanzas en Siria, estaba comenzando a cuestionar la intransigencia rusa. Por eso, su propuesta le brindó también un alivio. Y todo gracias a Kerry. En el fondo, nadie sabe para quién trabaja.

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