José Ignacio Núñez: "Roxana y los sordos"

La maravillosa película “Violeta se fue a los cielos”, entre tantas otras, tiene una escena estremecedora. Violeta Parra, luego de interpretar algunos temas en El Club de la Unión, es convidada por uno de los organizadores del evento a comer en la cocina, mientras los participantes de la ceremonia, disfrutaban de un generoso cóctel en los salones del club. Ante el menosprecio aquello significaba para ella y su obra, ella, enfurecida, se retira del lugar. Pero en el trayecto hacia la salida – con una mirada que fulmina cualquier conciencia – va gritándole a cada uno de los asistentes ¡Sordo!, ¡Sordo!
Algo similar, creo, ha ocurrido con la candidata presidencial del Partido Igualdad Roxana Miranda. A raíz del primer debate televisado que reunió a la mayoría de los candidatos presidenciales, muchos lanzaron críticas en su contra. Además de sus ideas, su vestuario, su lenguaje, su vocabulario y vehemencia, fueron el blanco de cuestionamientos.
Aunque deseen dar la impresión contraria, el resto de los candidatos dispone de un capital cultural y de redes sociales de apoyo que hoy los instala dentro de los más privilegiados de Chile Y aquello, es producto de una combinación entre talento, respaldo del sistema y redes de contactos. En cambio, Roxana Miranda representa lo contrario. Prueba de esto es una de sus cuñas más dramáticas en el debate: “mi abuelo fue pobre, mi padre fue pobre y yo soy pobre”. Para ella y su familia, la alegría no llegó y la mano invisible de la economía tampoco la salvó.
Qué fácil es menospreciar y subestimar a personas como Roxana Miranda por sus carencias, especialmente cuando se hace desde un cómodo sofá y con un aspiracional esnobismo burgés. Pero su valentía al pararse ante los otros candidatos con dignidad y entereza, pese a sus desventajas y a cuesta de su biografía, es envidiable. Ella representa, no en su discurso sino en su ser, aquélla parte de Chile que preferimos ocultar. Esa que se esconde tras lo que Nicanor Parra denominaba “La Dictadura de los Promedios”, y que magistralmente describió a través de versos: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.
Lo peor que pueden hacer el resto de los candidatos – y lo peor que podemos hacer nosotros – es mirarla como algo ajeno, una excepción dentro del supuestamente exitoso modelo de sociedad que tenemos.
Sin compartir necesariamente sus propuestas, no podemos soslayar el diagnóstico que transmite. Qué fácil es fijarse en lo que nos desagrada de su aspecto, su vocabulario y su rudeza. Si sólo hacemos eso, seremos tan sordos como los que oyeron la música de Violeta Parra sin escucharla. Pero si no queremos reconocer la verdad que hay en su incómodo testimonio, seremos – una vez más – cómplices de esa “Dictadura de los promedios” que nos tiene convencidos de que el desarrollo se mide en base a una fantasía – la de hombre o mujer promedio – y no por el bienestar que le aseguramos a los que tienen menos.

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