Federico García: Día del profesor

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En el día del profesor corresponde agradecer a los que nos han enseñado. Sería largo recordarlos a todos, profesores de colegio y universidad y a otros aún que enseñan sin tener el título. Quizás, entre los profesores, los más recordados sean los que pueden combinar un gran entusiasmo por aquello que estudian, con un gran interés por los alumnos.

A pesar de que son muchos a quienes debo mis agradecimientos, quiero recordar a uno que si bien no despertaba tremendos entusiasmos (la química es un gusto adquirido que no logré adquirir) dejó en varios de sus alumnos una lección imposible olvidar.

Había que hacer un trabajo en grupo –para la asignatura de química– sobre el método científico, partiendo de un experimento hecho en clases. Dijo el profesor que iba a evaluar todo, incluida la ortografía.

Me junté con mis compañeros e hicimos el trabajo con especial esmero. Un detalle: escribimos los subtítulos de cada apartado, que eran varios, con mayúsculas, porque pensamos que mejoraba la presentación.

Entregamos el trabajo y unos días después recibimos la nota. Todo correcto: un 5,6. No habíamos puesto tildes en las mayúsculas de los subtítulos, lo que nos costó casi un punto y medio. No habíamos
cometido ningún otro error ortográfico, o del tipo que fuera, en todo el informe.

Como alumnos que éramos, fuimos a alegar. El profesor Mario Fernández, inconmovible, dijo que él había explicado cómo iba a evaluar por lo que no teníamos nada que alegar. Un lástima, no sólo habíamos tenido todo bueno, sino que además habíamos sido el único grupo que había
aplicado correctamente el método científico al analizar el trabajo de laboratorio, nos dijo. Pero otros grupos con mejor ortografía (o sin la genial idea de usar mayúsculas en los subtítulos) habían sacado
mejor nota.

Apelamos al profesor de castellano, seguros de que la Real Academia Española de la Lengua, habitualmente tan laxa en lo que se refiere a vocabulario y conjugación verbal, dejaba alguna libertad en el uso de tildes y mayúsculas. Pero no. Nos informó el profesor de castellano –el inolvidable don José Araus– que estaba establecido que las mayúsculas debían llevar acento gráfico.

Y para siempre quedó registrado en el libro de clases ese 5,6 por un trabajo que era perfecto en su contenido. La verdad es que no creo que esa nota mediocre me haya afectado mayormente en el desarrollo de mi vida. Pero la lección de ortografía, y más aún la de pedagogía, no se me han olvidado, ni creo que se me vayan a olvidar, aunque me caiga de viejo.

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