Columna de libros: Mecánica celeste, pensando en la pérdida

La atracción de los cuerpos. ¿Puede haber una ley al respecto cuando se trata no de cuerpos celestes, sino de cuerpos humanos? No una ley tal vez, pero sí una metáfora, una imagen que permite entender, de alguna manera, por qué las personas se separan y también por qué se unen. Pero si en el espacio esa imagen es hermosa y nos permite imaginar las órbitas de los cuerpos, esas mismas órbitas tienen un sabor distinto cuando se tienen los pies en la tierra; el gusto que deja es de una cierta desesperanza, de que no hay caso, no sirve de nada luchar ni esforzarse, porque simplemente un día, la mecánica de los cuerpos dirá que es hora de alejarse.

Eso es lo que muestra Mecánica celeste de Gonzalo Contreras: una familia atípica que uno diría fue formada por el azar, o el destino, o por esa ley de atracción gravitacional, que simplemente un día juntó a este grupo de gente cuyo punto de unión es tener un vacío en sus vidas, vacíos de distinta índole. Primero está el protagonista Francisco Bertrán, un arquitecto que luego de ser abandonado por su esposa pareciera poner piloto automático para seguir adelante. Más atrás, Muriel, a quien es difícil definir: ¿es su nueva pareja, su amante, su compañera?; la sobrina Bárbara y el allegado Rudy. Todos seres a los que es difícil de sostener, se resbalan, se diluyen, se escapan unos de otros, entre secretos que guardan y miedos que no son capaces de enfrentar.

Cuando veía a estos personajes, más que en leyes gravitacionales, pensaba en los dioses griegos y en cómo manejaban los destinos de los hombres a su antojo, porque los personajes no son capaces de tomar decisiones, más bien, son personas que dejan que la vida tome las decisiones por ellos, mientras eso ocurre, ellos simplemente esperan que las cosas sucedan. Al mismo tiempo, son símbolo de una pérdida: “Todos, cada uno a su manera, habían participado de los entusiasmos de los noventa, la década dorada, en que el retorno a la democracia lo iluminaba todo con su luz benigna, y no se podía increpar a la nueva abundancia porque era una más de las bendiciones de los tiempos que se inauguraban, y el despilfarro espiritual no solo era legítimo, sino deseable, eran una prueba de alegría y esperanza que nadie iba a desperdiciar o refutar, aunque en el camino muchos de ellos hubieran perdido el amor” (73-74). Bertrán y su gente son símbolo de esa pérdida, ya no creen en la alegría.

Contreras da cuenta de sus personajes más que de historias, aunque está la tarea inconclusa y fantasiosa de construir un palacete para un ricachón, otra imagen de la pérdida en la novela. Sin embargo, es en este edificio en obras en que Bertrán muestra un poco más de arrojo, un poco más de decisión, como si fuera relevante dejar huellas físicas del tiempo que están viviendo, o de lo que se les fue de las manos.

 

Contreras, Gonzalo. Mecánica celeste. Santiago: Seix Barral, 2013.

 

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