Columna del sacerdote Hugo Tagle: "De Santos y Brujas"

El 1° de Noviembre celebramos el día de todos los santos y difuntos. En esta fecha recordamos a todos los que ya nos han precedido en el camino a la patria definitiva. Somos aves de paso en esta tierra. Por ello este tiempo terreno hay que aprovecharlo bien ya que solo aquí podemos hacer buenas obras. La próxima vida será para dar cuentas del bien o mal que hayamos hecho en este mundo.

Nuestros difuntos no desaparecen. Siguen vivos, pero de una forma distinta. De ahí que hacemos muy bien en rezar por ellos y pedir su intercesión. La Iglesia reza en sus misas una oración especialmente bonita: “Recuerda Señor, a todos aquellos cuya fe solo Tú conociste”. Dios ve en lo más íntimo de nuestros corazones, nos conoce mejor que nosotros mismos.

No solo hacemos bien en recordar a nuestros difuntos sino que es un deber y un gran beneficio para cada uno. Nuestros seres queridos son un faro luminoso en la propia vida; el recuerdo de sus existencias nos sirve de aliciente y motivación. Todo aquel que pasa por nuestras vidas es un signo del amor de Dios. Algo nos quiso decir el Creador con él.

Muchos hacen en estos días romerías o visitas al cementerio donde reposan los restos de sus padres, abuelos, hijos o seres queridos. Hacen bien. Si bien nuestra corporeidad se corrompe con el tiempo y vuelve a ser tierra, igualmente hay que respetarla. Allí descansa algo nuestro. El cuerpo humano es sagrado, merece un profundo respeto, cuidado. De ahí que la Iglesia defienda la vida desde su concepción hasta su ocaso natural. Nadie tiene derecho a quitarla, solo Dios.

Los difuntos ocupan un lugar muy importante en una sociedad. Son tanto buenos ejemplos, de buenas costumbres, como lecciones de errores que no se deben cometer. Heredamos de ellos sabiduría, conocimientos, experiencia.

Dice mucho de una sociedad el cómo cuida sus cementerios, las tumbas de sus ancestros. Ese cuidado revela respeto por las tradiciones, los antepasados, por la vida.

El día de todos los santos lleva a renovar la confianza en el Dios de la vida, el que acompaña durante este peregrinaje y se encuentra al final del camino. La vida no se agota aquí: trasciende a la propia existencia. No puede ser que todo se acabe en un túnel sin sentido. Todas las religiones comparten esa intuición cierta. Quien ha perdido a un ser querido –un hijo, un padre, madre, hermanos – sabe que no pueden haber desaparecido. Siguen vivos.

¿Y qué decir de Halloween, la noche de brujas? Pues nada. Que ya tenemos bastantes preocupaciones como para estar preocupándonos de ficciones. Por lo demás, si es sana alegría, está bien. El mal se encuentra en corazones mezquinos, egoístas, crueles, no en brujas que sacan más risas que miedos. Es fiesta para los niños y, hasta ahí, todo bien. Recuerde mejor a su santo preferido. Le regalará más consuelos y no reporta gastos.

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