Día 7 de "Temp": "La trabajadora temporal queda impactada tras un interrogatorio"

Nos sentamos en el Saipan, un restaurante japonés atendido por una escandalosa familia de bielorrusos. Al lugar se corta camino por el lado del estacionamiento de AmQex y pasas sobre unas bermas de pasto marrón, vigiladas por unas cámaras de circuito cerrado de televisión en postes blancos.

Pedimos dos bandejas de bento y nos sentamos cerca de una ventana.

“¿Y cómo va el trabajo temporal?”, preguntó Sara.

“Me he acostumbrado a la sensación de ser desechable”.

“¿Supiste lo del incendio del almacén, no?”.

“¿Qué del incendio?”.

“La esposa de Kevin Taylor lo empezó”.

“¡No!”.

“Sí, quedó grabada en las cámaras de AmQex”.

Me hice la desentendida. “Dios santo, ¿por qué?”.

“Nadie más sabe. Danimal me contó”.

“Huh”.

Nuestros pedidos llegaron y comimos rápido. Sara no me decía a qué se debía nuestro almuerzo, pero de repente lo hizo: “¿Tú y Kyle son pareja?”.

Torcí los ojos. “¡No! Sigo sintiendo que él y yo somos dos pandas en un zoológico chino y que todos esperan que nos apareemos”. Recordé mi promesa de ser amable. “¿Por qué lo preguntas?”.

“Porque pensé que quizá él y yo…”.

“¡Sara, tienes 40!”.

“¿Y?”.

“Lo siento, se me salió. Pero de verdad, Sara, tú tienes 40 y él, por mucho, 25”.

“Qué mejor”.

Aspiré una bocanada de aire. “Bueno, él es todo tuyo. Además, está cerca de obtener un empleo en la refinería, por lo que también está listo para sentar cabeza”.

“¿Crees que soy una pervertida?”.

“No, creo que deberías ir por él y te deseo buena suerte. Él puede conseguirte descuentos en accesorios para el monopatín, también”.

“Miau”.

“Mi cerebro está digiriendo toda la situación”. Comimos las sobras de alguna aceitosa fritura japonesa. Luego caí en la cuenta de algo: “De verdad fue muy amable de tu parte que me hayas preguntado antes de cualquier cosa”.

“No soy un monstruo y no soy sólo otra Sara más en la oficina”

“Supongo que no”.

Al devolvernos nos acercamos a dos tipos viejos que sostenían letreros de cartón al lado del semáforo. Uno decía que era veterano de la guerra de Afganistán, el otro simplemente era viejo y triste. Sara y yo nos miramos. “¿Qué vamos a hacer?”, le pregunté.

“Siempre les doy algo a los viejos porque, en serio, qué van a hacer, ¿trabajar en Walmart? Si fueran jóvenes pensaría que es dinero para droga. Pero el afgano no se ve drogo”.

“Sólo se ve perdido y olvidado”.

Terminamos dándoles 20 dólares a cada uno y Sara hizo algo genial: les preguntó el nombre a ambos, y ellos se sintieron tan contentos por el simple hecho de decírselo a alguien y luego oír que otra persona lo repetía. Es como si el mundo se acordara de nuevo de ellos. El viejo se llamaba Kurt y el más joven, Darren.

Cuando volvimos a la oficina, había seis patrullas de la policía en la entrada, con las sirenas encendidas. Uh oh. Y furgonetas. Y una unidad canina.

Continuará…

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