Columna de Juan Manuel Astorga: "La derrota de todos"

No hubo ganadores en la elección presidencial de ayer. Aunque Michelle Bachelet obtuvo la primera mayoría, le faltaron más de cuatro puntos porcentuales para triunfar en primera vuelta. No pocos en su comando daban casi por hecho que la candidata obtendría la victoria en primera vuelta y que no necesitaría del balotaje. Su votación de este domingo dista mucho del histórico respaldo ciudadano que durante los últimos cuatro años le han dado las encuestas. Es innegable que está en la mejor posición para ganar el próximo 15 de diciembre, pero la distancia entre los cálculos de sus cercanos y el resultado de ayer, sumado a la toma de la sede de su comando por parte de decenas de estudiantes, da cuenta de una porción de ciudadanos que cuestionan sus propuestas. Están quienes no comulgan con su programa y los que no le creen.

Tampoco puede darse por victoriosa Evelyn Matthei. Es cierto que superó la prueba y pudo pasar a segunda vuelta, pero no fue ella quien forzó este escenario, sino que más bien fue Bachelet quien no pudo por sí misma llegar al umbral del 50%. 

Evelyn quedó mucho más cerca del piso que del techo histórico de lo que han obtenido los candidatos presidenciales de su sector, con un 25% que es casi idéntico al que consiguió Arturo Alessandri Besa en 1993. Matthei perdió en esta elección porque al único electorado al que podría apuntar desde hoy para sumar votos es precisamente el del candidato al que atacó en las últimas semanas: Franco Parisi. ¿Qué postulante le dará el sufragio? Ninguno.

Marco Enríquez-Ominami puede relativizar su derrota de ayer. Dirá que las encuestas lo dieron siempre con menos respaldo del que obtuvo, pero es un hecho que consiguió la mitad del 20% que logró en la elección anterior. 

Parisi, por su parte, quedó instalado como uno de los mayores perdedores de esta elección. No sólo porque no pudo pasar a segunda vuelta, algo que daba por seguro en todos sus discursos, sino que ni siquiera quedó tercero. Sin partido ni movimiento que lo respalde, no tiene cómo capitalizar el 10% que sacó ayer.

Para Marcel Claude, el de este domingo es un mal resultado. Sus cálculos le aseguraban un cinco por ciento. Apenas consiguió algo más de la mitad de eso. Sus radicales promesas de recambio político, de renacionalización de los recursos naturales y de condonación de las deudas a los chilenos, casi no hicieron eco entre los electores. 

Para Alfredo Sfeir, los resultados no son malos. Pero en política, un 2,3% de los votos es inservible. Quizás su mayor fracaso es no haber explorado una candidatura unitaria entre él y alguno de los otros postulantes con un discurso similar al suyo.

Para Roxana Miranda, su triunfo fue conseguir que una pobladora pudiera llegar a la papeleta. Pero esa victoria se convirtió en un boomerang, porque los pobres a los que ella aspiraba representar le negaron el voto. Su fracaso se resume así: en la mesa en la que votó la candidata, se contabilizó sólo un voto a su favor, el de ella misma.

Ricardo Israel tampoco tiene cuentas alegres que sacar. Él fue como candidato del Partido Regionalista de los Independientes, PRI, que obtuvo a nivel de concejales en la pasada elección municipal un 8% de los votos. El académico apenas superó el 0,5%. Siendo el candidato que proponía potenciar las regiones, en ninguna de ellas pudo acercarse al 1%.

Caso aparte es el de Tomás Jocelyn-Holt. Obtuvo un 0,19%, la mitad que Arturo Frei Bolívar, quien era hasta ayer el candidato menos votado de todas las elecciones presidenciales desde el retorno a la democracia. El independiente no consiguió en votos ni siquiera un tercio de las firmas que juntó para inscribir su candidatura. Un fracaso total. 

Por último, la mayor de todas las derrotas es para el actual sistema político, incapaz de incentivar la participación ciudadana. Con un 56% de participación en las presidenciales, que se supone son las elecciones con mayor convocatoria, el resultado no puede sino que leerse como de un preocupante fracaso. 

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