Columna de libros: Instantáneas, reordenar la infancia

Creo que tenía unos seis años cuando, por motivos que no recuerdo, abrí el cajón más alto de la cómoda en que mi mamá guardaba su ropa. Allí guardaba también su máquina Polaroid que yo amaba. La tomé y, sin querer, apreté el disparador. En un par de segundos tenía en mis manos una foto de mí –sorprendidísima, debo admitir- tomando la cámara entre mis manos. Me pregunto ahora qué habrá pasado con esa imagen instantánea, que fue capaz de captar un momento tan breve y tan específico. Captó un instante que debe haber durado apenas un segundo, pero me permitió algo muy inusual, verme a mí misma mientras introducía mis manos en el cajón de mi madre.
No pude evitar volver a ese recuerdo al leer Instantáneas {esto ha sido} de Juan Eduardo Díaz. El poemario está estructurado en base a fotos instantáneas que van en un recorrido hacia el pasado. Las imágenes, sin embargo, están construidas con palabras que apelan no solo a la visualidad, sino que también hacen vínculos con los recuerdos sonoros o musicales de la voz poética, de tal manera que se establece una suerte de banda sonora de la vida del hablante y también una banda de imágenes. Los versos se concatenan a las imágenes para ir más allá de lo que es captado por una fotografía, dan cuenta de aquello que también quedó congelado al momento de captar la instantánea, pero que aparece invisible a primera vista.
Así, en una primera instancia, regresar a la infancia parece la búsqueda de ese paraíso al que apelaba también Teillier –un referente clarísimo de este poemario-, pero al cavar más profundo, vemos que la infancia era un espacio inestable, de imperfección. “En las fotografías nunca estuvimos todos / hay que idealizar un collage / y de vez en cuando convencerse / que fuimos felices” (32), dice el hablante. Podemos pensar en que quien toma la fotografía nunca aparece en ella, terminando borrado de los recuerdos gráficos del álbum familiar. También podemos expandirnos hasta el álbum familiar del país, y de todos aquellos que fueron eliminados de la fotografía durante la dictadura militar, es “el mar de cadáveres invisibles” (73) del que nos habla la voz.
La nostalgia por la infancia se transforma, entonces, en un esfuerzo por ordenarla, por darle sentido, como cuando el hablante resiente que las instantáneas insistan en cambiar el orden en que han sido establecidas. Quizás lo más terrible, es percatarse de que no hay una transición natural hacia el mundo adulto, algo fue truncado en la vida del hablante, ¿será “todo aquello que me faltó”? (17). ¿Será el contexto político del país en los ochenta que hizo imposible una infancia feliz? Posiblemente ambos, lo ineludible es que esa infancia no se extinguió sola, sino que fue apagada a la fuerza: ““Otros dedos asfixiaron húmedos la vela de la niñez” (95).
Juan Eduardo Díaz nos abre su álbum familiar y va pasando foto tras foto, dando cuenta de que cada instantánea es efectivamente única, irrepetible, marcadora, y que los versos son el vehículo preciso para volver sobre el camino recorrido. “Lo presente puede que sea lo escrito   el pasado / quizá llegue a ser / lo leído” (117), dice, implicándonos, por cuanto no basta con escribir para volver sobre nuestros pasos, sino que es necesario que se lea para llegar a actualizarlo.

Díaz, Juan Eduardo. Instantáneas {esto ha sido}. Valparaíso: Ediciones Caronte, 2013.
 

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