Columna de libros: Caminar la ciudad codo a codo con la poesía

“Camino por el centro de Santiago. Llego hasta la Plaza de Armas, llamada así porque allí se guardaban justamente las armas en la época de la Conquista. Me detengo en una esquina que contiene la escultura de un indígena. En la otra esquina está la estatua ecuestre de Pedro de Valdivia. El monumento al español es la representación de un personaje histórico reconocible. La escultura al indígena es la representación de un rostro mapuche sin nombre” (213). Magda Sepúlveda comienza así el capítulo en que el recorrido por la ciudad la lleva a la urbe mapuche, a la mapurbe . Nos abre los ojos ante esquinas, esculturas, edificios, formas de habitar y de comprender la ciudad, que damos por sentado, que –tal vez- ni siquiera nos cuestionamos. Pero ella ve algo significativo en que la escultura al indígena, no tenga nombre propio y que tampoco sea de cuerpo entero, solo la cabeza. Es simbólico, nos dice: “El lugar del indígena en la Plaza de Armas es similar al que ocupa en el discurso de la historia oficial” (213).

Puede que como transeúntes pasemos sin ver por nuestras ciudades, sin contrastar nuestros pasos con lo circundante, como si el escenario fuera neutro. Pero los poetas no lo hacen. Cuando Enrique Lihn se fija en el Paseo Ahumada, está sacándolo de su supuesta neutralidad. Yo no recuerdo el centro de Santiago sin el paseo. Pero así está el poemario de Lihn de 1983 para recordarnos que no hay decisiones neutras tras la conversión de una calle en un paseo peatonal. “Canto General a los héroes, que caen como grandes actores desconocidos en el campo del simulacro”, dice el hablante en “Canto General al Paseo Ahumada”. Y volviendo a la mapurbe, Leonel Lienlaf nos dice: “Temuco – ciudad /debajo de ti / están durmiendo / mis antepasados” ( Se ha despertado : 41).

El género tampoco está ausente de la ciudad, la salida de las mujeres a la escena pública también se aprecia en la poesía. “Tras la desaparición de familiares, las mujeres mezclaron los roles de Hestia y Hermes, es decir, para cuidar su hogar salieron a la calle” (91), dice Magda Sepúlveda. Y nos lleva a leer a Elvira Hernández (“La Bandera de Chile se parte en banderitas para los niños / y saludan”); Eugenia Brito (“¿Alguien soñó lavar el Mapocho?”); Carmen Berenguer (“Carente de decencia, marginal, fantoche / patipelá, espingarda ciudad”); y Malú Urriola (“Algo pensé decir que ahora olvido”).

EL recorrido de Magda Sepúlveda por la ciudad, de poeta en poeta, desde Raúl Zurita a Pablo Paredes, nos da cuenta de una ciudad mestiza, a la que la autora ha llamado Ciudad Quiltra : “Me gusta la palabra ‘quiltra’ porque no tiene traducción fuera de Chile, entonces nos obliga a pensar en nuestras particularidades” (13). Eso es justamente lo que hace la autora: pensar en nuestras particularidades, en nuestras ciudades, en nuestra historia. Y la que ilumina todo es, por supuesto, la palabra poética.

 

Sepúlveda, Magda. Ciudad Quiltra. Poesía chilena (1973-2013) . Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2013.

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