Columna de libros: "La orquesta de cristal de Enrique Lihn"

Claramente la experiencia de leer un libro es única. Te podrán contar la trama de una novela, pero eso no reemplaza la experiencia, el descubrir cómo el autor o autora se aproximaron, la forma en que escribieron sus párrafos o en que construyeron sus personajes. Pero cuando leía La orquesta de cristal de Enrique Lihn, pensaba este sí que es un libro que no puedes contar, nada podrá sustituir su lectura. ¿Por qué? La orquesta de cristal no es un poemario, sino uno de los trabajos en prosa de Lihn. Fue originalmente publicado en 1976, pero en Buenos Aires. Y desde entonces ha sido una especie de mito. Encontramos en él una historia, la de una orquesta de cristal –formada por instrumentos de cristal- que nos lleva primero hasta 1900. De hecho, gran parte del texto tiene un loco sabor a años 20, a afrancesamiento, aunque sea precisamente eso lo que Lihn trataba, en parte, de criticar: el afrancesamiento de las letras latinas (latinoamericanas, por cierto). Para esa empresa, toma a un narrador que se ha propuesto contar la historia de la orquesta, en parte como una forma de reivindicación; y lo hace en un tono entre académico y de crítico, citando a su vez otros textos.

También debemos tener presente el momento de escritura. Lihn no había partido al exilio y cómo hablar de ciertas cosas, cómo denunciar una dictadura que trataba de generar un discurso oficial y cultural único al cual nadie se pudiera oponer. En el libro, que sigue a la orquesta hasta los años cuarenta, los nazis se han apoderado de ella, primero con su discurso y luego pasándole la aplanadora por encima. La censura y la utilización del arte para cualquier justificar cualquier discurso también son parte de la discusión aquí.

A través del texto, son muchos los que han tratado de hablar de ese primer concierto de 1900 de la orquesta de cristal, apuestan teorías y lecturas no solo de lo que significa la fragilidad de los instrumentos, sino de la música (y la poesía) como arte absoluto. Eso a pesar de que nadie recuerda siquiera haber escuchado la sinfonía que debía interpretarse: crítica a la crítica que teoriza aunque no entienda, no sepa o no haya leído (visto, escuchado) la obra. Solo el narrador es un poco más honesto: “Lo que no recuerdo en modo alguno es la famosa sinfonía ni a su autor que, según se dice, huyó de la velada en un viejo fiacre apenas empezaron a trizarse todas esas maromas cristalinas en el escenario” (61).

La orquesta de cristal es también un  trabajo con las palabras, la letra y los sonidos, tomar términos y llevarlos hasta el extremo de lo ridículo, como si se estirara un elástico, buscando un efecto a veces discordante, a veces divertido y muchas, crítico, mordaz, incluso, agrio. Por eso hay que lanzarse en la lectura, dejarse llevar, por un texto que a veces parece sacado de la década de 1920, pero que no se ancla en el pasado, ni siquiera en el de su efectiva publicación. Por último, La orquesta de cristal no es un “ejercicio”, sino un texto hecho y derecho, desafiante y que sorprende en cada página; para ello, la experiencia de la lectura es ineludible.

Lihn, Enrique. La orquesta de cristal. Santiago: Hueders, 2013.

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