Columna de Juan Manuel Astorga: "El amante francés"

Por enésima vez se instala en la agenda el eterno debate sobre los límites de la prensa al momento de abordar la vida privada de un personaje público. El caso que reabrió la polémica lo originó ahora la publicación de un reportaje en la revista francesa “Closer”, según el cual, el presidente de Francia, François Hollande, sostiene una relación con la actriz Julie Gayet. El artículo de siete páginas, estaba acompañado con fotos y fue ampliamente publicitado en el sitio web del medio de comunicación. 

El gobernante tiene como pareja oficial a la periodista Valérie Trierweiler, una mujer de 48 años que, aparentemente derivado de todo este escándalo, debió ser internada en un hospital con un ataque de nervios. Antes de esa relación, el mandatario galo vivió varios años con la ex candidata presidencial Ségolène Royal, madre de sus cuatro hijos.

Julie Gayet, de 41 años, ya había sido asociada con Hollande el año pasado. Incluso ella interpuso una querella para identificar a los autores de un rumor difundido por Internet que le atribuía un idilio con el jefe de estado. Sin embargo, nadie había llegado tan lejos como la revista “Closer”, que tituló su reportaje con la frase “El amor secreto del presidente”.

¿Debe saber el público y especialmente el electorado si un presidente es fiel en sus relaciones amorosas? La pregunta no tiene una única respuesta pero, de todas, la más sensata parece ser también la más práctica. “Sólo si la amante es mantenida con dineros públicos”, como lo dijo la líder del opositor Frente Nacional, Marine Le Pen, a quien le molesta “todo ataque a la privacidad”, aún cuando afecte a su enemigo político.

Suele argumentarse a favor de divulgar las historias de indiscreciones íntimas de los políticos que si éstos son capaces de mentirle al entorno que más quieren, probablemente no tendrían mayor problema en engañar al resto. Esa falacia, sin embargo, permitiría entonces concluir, también equivocadamente, que un presidente leal y fiel a su mujer jamás obraría de manera distinta en su quehacer público. Sobran ejemplos en la historia de maridos perfectos que a su vez, fueron nefastos gobernantes. También de líderes infieles que fueron aclamados por su pueblos.

No es la primera vez que Francia conoce por la prensa de los líos amorosos de sus dirigentes. El caso más recordado es el del ex gobernante François Mitterrand, del quien el mundo supo que tenía una hija fuera del matrimonio a través de la portada de un diario. Al día siguiente, otro periódico tituló “¿Y a quién le importa?”, dando a entender que los avatares privados del presidente no tenían por qué ventilarse en los medios. 

El irrestricto derecho de resguardar la privacidad es algo por lo que los franceses han peleado por décadas. Precisamente escapando de la prensa rosa británica, es que la princesa Diana de Gales partió a París para proteger su intimidad con el magnate Dodi Al Fayed. Vaya paradoja, porque fue en esa tierra donde encontró la muerte a la vuelta de una esquina, intentado arrancar de los paparazzi. 

Los estadounidenses, igualmente simpatizantes y consumidores de los escándalos privados que aquejan a sus personajes famosos, tuvieron de su propia medicina cuando casi pierden a un presidente por saber demasiado de sus intimidades. Bill Clinton estuvo a punto de ser destituido por haber mentido cuando un fiscal que investigaba el pasado como gobernador del mandatario, le preguntó si había tenido relaciones sexuales con una becaria llamada Monica Lewinsky. Clinton creyó que no hacía nada malo al mentir en un hecho que lo afectaba sólo a él, su mujer, Hillary, y la chica en cuestión. Pero no. Mintió bajo juramento en un interrogatorio. Y fue eso lo que casi le cuesta el puesto y lo que también más le molestó a los norteamericanos. No la infidelidad, sino haberla negado. Lo que lo salvó de perder la presidencia es que la mentira, aunque grave por haberla proferido legalmente, era inofensiva para el país y sólo golpeaba su matrimonio. 

En el caso de Hollande, la cosa transita por un terreno similar. A la mayoría de los franceses no les inquieta tanto la indiscreción amorosa de su mandatario. Les preocupa en realidad que se haya escabullido a escondidas de sus guardaespaldas, poniendo en riesgo su vida. También les afecta que se haya involucrado con una mujer que estuvo casada con un mafioso corso, antes de ser la amante de otro mafioso bien conocido de la policía especializada en el tráfico de dinero negro en algunos casinos de París.

A menos de 2 años de haber asumido la presidencia francesa, el líder socialista tiene apenas un 22% del respaldo de los franceses y es el presidente más impopular desde la fundación de la V República, en 1958. La ciudadanía le cuestiona el incumplimiento de sus promesas de campaña, un aumento en el costo de la vida y un incremento del desempleo. La mayor paradoja de esta historia es que, producto de un reportaje que vulneró su privacidad, y aún habiendo sido infiel, Hollande podría subir en los niveles de respaldo.

Más allá del morbo propio que despierta el interés de saber más sobre los gobernantes, la experiencia de los últimos años a nivel mundial nos está enseñando que la ciudadanía tiende a condenar más al que divulga el engaño que al infiel. El victimario se convierte en víctima. Y, aunque culpable, queda casi redimido ante una opinión pública a la que le encanta saberlo todo, pero no a cualquier precio.

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