Columna del sacerdote Hugo Tagle: "No te creo nada"

¿Le ha pasado que, tras una decepción, termina sospechando de todo el mundo? Bueno, esa es la impresión que me da una buena cantidad de chilenos. Nos hemos vuelto recelosos en exceso. Nadie le cree a nadie. Un mar de sospechas. Cualquier conversación se lleva a miradas suspicaces, comentarios de medio tono, lecturas malintencionadas. Nos preguntamos ¿Qué esconde? ¿Qué busca? Basta dar un vistazo a los comentarios a las columnas de opinión, salpicadas de descalificaciones, juicios sobre las personas y no sobre el fondo. A pocos les importa lo que se dice. Lo que importa es quién lo dice y porqué. 

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La desconfianza mata el alma, nos termina envenenando. Es lo que pasa en la vida matrimonial, en el amor. Se regala confianza o simplemente terminamos en un mar de sospechas que intoxica rápidamente la relación. En esto de tener fe en alguien, nos jugamos siempre al cien por ciento.

Hay mucha gente dolida dando vueltas por ahí. Quizá usted mismo. Un quiebre en la confianza en el otro puede provocar heridas difíciles de sanar. Así y todo, aconsejo renovar la fe en el otro por un asunto de sanidad mental. Quien gana más es uno mismo cuando ella se renueva, aunque resulte doloroso. Confiar es lo propio humano. Esperar contra toda esperanza nos hace más humanos, libres, plenos.

Ahora sí, paso al punto de la creencia religiosa. Resulta interesante que se siga incluyendo el ítem de la creencia religiosa en todos los censos del mundo. Y ninguna Iglesia lo ha pedido. Brotó espontáneo desde las frías oficinas de estadísticas. Es una curiosidad universal; un intangible que nos dice mucho de cómo es un país, su gente, su cultura, sus relaciones humanas, así como queremos saber cuántos televisores, autos y grados académicos tenemos.

Pero el punto no es la cantidad: es la calidad de la fe. Y ahí estamos al debe. Una cosa de los censos me alegra. Cada chileno, al preguntarse “en qué cree” debe llevar a preguntarse por el “cómo cree”, por la calidad de su fe.

El Papa Francisco en una de sus últimas alocuciones, llamó a vivir mejor la fe. Se lo dijo a los cristianos pero vale para todos. Cada cual “viva” de verdad lo que cree. Practique su fe. Quien es consecuente con ella, da más confianza. También quien no cree en nada y es consecuente con esa increencia, regala también confianza. El punto es vivir la fe o “no fe” de forma consecuente, clara, manifiesta, positiva.

Ojalá que este caluroso verano nos regale la oportunidad de “chequearnos” en este punto vital de la vida, que es nuestro “yo interior”. Ese “sujeto creyente” que llevamos dentro podría bien aflorar un poco más y manifestarse en la vida diaria. Inyectaría nuevas energías a su diario vivir y lo llevaría a ser más humano y feliz.

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