Columna vertebral de Avello: "Jefes"

No quiero tener nunca más jefes, pero tampoco quiero ser nunca jefe de nadie. A veces me ha tocado tener la responsabilidad de ser algo parecido a un jefe, y lo he hecho mal. Prefiero mil veces que una persona haga mal su trabajo antes que tener que echarla. Prefiero bajarle el sueldo y que se vaya sola. Prefiero no contestarle más el teléfono. Prefiero acusarla de robo, pero no tener que echarla. Una vez llegué curado al trabajo y le conté a mi jefe que había llegado tarde porque me había estado agarrando a la estudiante en práctica que a todos nos gustaba. Estaba feliz con mi logro y quise compartirlo. Se cagó de la risa. Al día siguiente me echó. Antes mi jefe era “un viejo de mierda”. Han pasado los años y me he cambiado mil veces de trabajo (o me han echado). Ahora mi jefe es “un pendejo de mierda”. Más que avanzar, he retrocedido. 

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Deseo con toda mi alma a la mujer de mi jefe. No me casaría con ella, ni siquiera sería su novio, no la soportaría más allá de una hora. Sólo quiero poseerla. Sería un poco como poseer a mi jefe. Una vez una jefa que tuve me pagó la cuenta de la luz y el agua. Al día siguiente fue a mi casa y tuvimos relaciones sexuales. Era muy mayor, soltera y nada de bonita. Como que me prostituí un poco. Estuve cinco años en ese trabajo. Una vez me curé con un jefe. Me contó que iba a ser padre por tercera vez, y que no estaba de acuerdo con la manera en que se manejaba la empresa. Me dijo además que odiaba a su jefe, el jefe de mi jefe. Me dijo que lo encontraba fleto. Nos reímos toda la tarde. Al día siguiente lo echaron. 

Voy a todos los cumpleaños de mis jefes, llevo un buen regalo y me curo lo suficiente como para reírme de sus chistes. Una vez fui donde el jefe de mi jefe y le dije que su subalterno, mi jefe, no estaba comprometido con la empresa y que, además, era homofóbico. Lo echaron. El jefe de mis jefe efectivamente era medio fleto. 

Una vez armé una empresa familiar con un tío. La conclusión que pude sacar es que nunca hay que armar empresas con familiares ni desafiar al fisco. A veces voy a verlo a la penitenciaría. Igual cinco años pasan volando. Un amigo mío, muy feo, es jefe de un call center. Usa su cargo para seducir a las operarias. Se las tira en su oficina o en las escaleras de servicio. La mayoría son muchachas muy jóvenes, sencillas y vulnerables. Lo envidio profundamente. 

Tuve un jefe que era cojo. Cuando salíamos a terreno me obligaba a cojear también para que nadie se burlara de él ni lo mirara raro. 

Un jefe muy buena onda que tuve me dijo que yo era muy talentoso, pero que por ahora no había espacio para mí en esa empresa y que, sin embargo, las puertas estaban abiertas. A los tres días fui a presentar un nuevo proyecto y no me dejaron entrar. Me sacaron los mismos guardias con los que tiraba la talla días antes. Hace poco me encontré con él. Está medio alcohólico, (siempre lo fue), se separó, no tiene ni un peso, tiene hijos chicos y no puede verlos. Le pagué varias cervezas, sólo para que me contara más de sus miserias. Fue una tarde genial. 

Una vez me echaron de un trabajo, y como estaban todos de vacaciones, incluida la persona que me había despedido, seguí yendo dos semanas más sólo para ocupar el computador, llamar por teléfono e imprimir mi currículum. Aproveché de almorzar en el casino, ordené el que había sido mi escritorio y limpié la oficina. En otra ocasión contraté un contador. Era mayor, pero no tanto. Tras varios errores y descuidos, como no para el IVA o perder facturas timbradas, descubrí que el señor tenía alzheimer. Cuando lo despedí me dio las gracias. Por eso no quiero tener jefes nunca más, ni tampoco ser jefe de nadie. Pero tampoco quiero ser yo mi propio jefe. No me doy confianza.

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