Columna de libros: “El zen surado” de Cecilia Vicuña

Cuando comencé a leer El zen surado no podía quitarme de la cabeza la idea de un libro planeado para ser publicado en la década de 1970 y que ve la luz cuarenta años más tarde; escrito por una poeta en sus veinte y que llegaba a mis manos cuando esa misma poeta ha llegado a la sexta década. ¿Importa, de hecho? Porque la mayor parte de los y las poetas que disfruto leyendo ya murieron o sus poemas que tanto disfruto fueron escritos hace mucho tiempo. Pero una vez que los versos salen, cobran vida propia, se actualizan con cada lectura de manera que no están atados al tiempo que fueron escritos. A pesar, de eso, no podía olvidar esta red de pensamientos. 

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Y entonces me encuentro con el poema “Expediciones de bibliotecarios”: “Hay volúmenes que jamás han sido leídos / otros que deben esperar décadas / para que alguien decida hojearlo. / El destino de las páginas llenas de encanto / es desconocido” (95). ¿No es extraño que en 1970 –año en que fue escrito el poema- esa haya sido una de las preocupaciones de la poeta? Un poco de historia. Cecilia Vicuña (1948) había preparado un poemario llamado Sabor a mí. El contrato para su publicación en Chile se firmó en 1972, pero la edición de los ejemplares nunca se concretó, aunque a lo largo de los años algunos de los poemas vieron la luz en distintas publicaciones. Hay una labor de expedición bibliotecaria en esta edición de 2013, pero con la idea no de traer una pieza arqueológica, sino versos que continúan vivos o que, más bien, pueden volver a la vida. Por eso tiene sentido que este nuevo libro reciba un título diferente.

En todo caso, el ímpetu del final de la adolescencia y los inicios de los veinte años, es una presencia constante en el poemario. Parte de esto se observa en el ánimo juguetón de la hablante: juega con las palabras, los ritmos, también con las imágenes que va construyendo. También tiene que ver con la exploración: la hablante explora su sexualidad –y en eso es directa y explícita, también erótica-, se pregunta por el sentido de la vida, por Dios, el ser mujer y por su propia identidad. 

Al hacer eso, trata de expandir las fronteras, ignorar límites o sobrepasarlos. Ímpetu todo el tiempo, en la forma y en el fondo. Así “Amada amiga”, casi una declaración de amor, la poeta se explaya durante varias páginas. También tiene breves poemas, pocos versos, lúdicos, con juegos de palabras, como: “Qué calentito está aquí, / los gorriones vienen a tomar sol / donde mismo vengo yo, / pero se arrancan al ver / que sus terrenos de delicia / ya tienen deliciador” (145). El poemario viene precedido por un escrito de la académica Juliet Lynd, quien aborda la historia del manuscrito que nos llega como El zen surado y también acerca de la poética de Vicuña. Sin embargo, aunque interesante, recomendaría no empezar por él, sino entrar de lleno a los poemas, porque son tan directos y frescos, tan impetuosos (sí, una vez más), que no requieren una introducción. Es mejor dejarla para el final, para los que tengan ánimo expedicionario.

Más reseñas de libros en: www.buenobonitoyletrado.com

 

Vicuña, Cecilia. El zen surado. Santiago: Editorial Catalonia, 2013.

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