Columna de Felipe Kast: "Un novato en el Congreso"

Hace pocos días cumplí mi primer mes en el Congreso. En honor a la verdad debo reconocer que no ha sido fácil la adaptación. Y antes de que me parezca todo normal quisiera compartir algunas impresiones.

Partiendo por lo positivo. El Congreso hace una labor fundamental para la democracia que consiste en tener un contrapeso y diálogo con la monarquía del Ejecutivo (siempre y cuando exista espíritu de diálogo).

Habiendo hecho el punto anterior lo cierto es que en el Congreso existen una serie de dinámicas que todavía me resultan incomprensibles.

Quienes trabajamos en él a ratos nos parecemos al personaje principal del cuento de Christian Andersen (“El traje nuevo del emperador”). Pensamos que estamos vestidos con ropas elegantes, pero en realidad caminamos desnudos frente al país. Dedicamos mucho tiempo a elementos que no generan cambios, y menos de lo necesario a votar y mejorar leyes relevantes. Es un juego extraño donde gastamos tiempo en cosas que parecen importantes pero que en realidad no existen.

El primer ejemplo donde esto ocurre son los “proyectos de acuerdo”. Esto sucede todas las semanas (al menos un 20% del tiempo en la sala), y consiste en lo siguiente: diez diputados elaboran un proyecto, lo discutimos entre todos, lo votamos, y después no ocurre nada. Que yo sepa nunca un “proyecto de acuerdo” ha llegado a ser ley. Es simplemente una expresión de un “deseo” por parte del Congreso al Presidente de la República.

Un segundo ejemplo son las mociones. Consisten en proyectos de ley hechos por diputados que normalmente quedan archivados. Rara vez llegan a puerto. ¿Por qué un parlamentario haría algo así si sabe que no llegará a puerto su esfuerzo? Muchas veces simplemente para hacer un “punto de prensa”, otras veces para mostrar un mejor registro en su actividad legislativa.

El tercer ejemplo es aún más curioso, y ocurre en el hemiciclo. Cada vez que se va a votar un proyecto de ley en la sala los distintos diputados piden la palabra y realizan un monólogo que nadie escucha, como si estuviera hablando mirándose al espejo. En eso ocupamos casi toda la mañana. Casi nadie escucha al otro -muchas veces con razón- y la mayoría de los diputados sale de la sala y sólo vuelve al final de la mañana al momento de votar.

Tuve la suerte de trabajar en la reconstrucción del 27-F y de ver cómo la política puede hacer una enorme diferencia en la vida de miles de chilenos que viven angustias de proporciones.

Probablemente eso hace que la frustración sea aún mayor, pero espero poder lograr que alguno de estos rituales dejen de existir. En cuatro años más, al final de mi período, prometo dar un reporte de cómo me fue en el intento, aunque lo más probable es que me haya acostumbrado.

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