Opinión

Columna de libros: “Flores nuevas” de Federico Falco

Seis cuentos componen Flores nuevas, el libro del escritor argentino Federico Falco (1977), a través del cual nos va introduciendo en la vida cotidiana cordobesa. Son historias pequeñas y, al mismo tiempo, gigantescas, porque involucran decisiones de vida, formas de hacer familia, maneras de crecer y madurar, también de conocer y aprender. Hay mucho dolor en estos relatos centrados en pequeños pueblos de la provincia argentina de Córdoba, pero también esperanza; como en la vida, sin aspavientos, sino en pequeños detalles que llevan a las personas a seguir adelante, a pesar de todo. A veces ese todo puede ser tremendo, traumático, como en “Cuento de Navidad”, el relato que cierra el libro, una suerte de genealogía, relatada a retazos por un nieto, que va y viene en el tiempo, en las historias, como una forma de enseñarnos que la familia no es el fruto de una cronología, sino de una sincronía de eventos, vínculos y sentimientos. El abuelo sobrevivió lo indecible y, sin embargo, pudo dar inicio a su propia familia. Cerrar el libro con este cuento es un acierto: tal vez es el mejor escrito –aunque todos destacan por una pluma sencilla, honesta, sensible-, pero además da cuenta de una estética autoral, basada justamente en esta conjunción de cotidianeidad y familia; y todavía hay un tercer aspecto: termina el libro en alto con ganas de seguir leyendo a Falco.

Otro punto relevante es “Flores nuevas”, el cuento que da nombre al libro. Como sus otros relatos, no se trata acerca de acciones –aunque pasan cosas-, sino de emociones, es decir, tienen que ver con los personajes y no solo con las cosas que hacen. Muchas veces estos personajes simplemente están escapando de errores cometidos en la juventud. Porque eso es una constante: los protagonistas de Falco son o adolescentes o jóvenes, que dan cuenta de los sinsabores de crecer en provincia; y de los hitos que los marcan. El narrador de “Flores nuevas” recuerda: “Mi cumpleaños de quince cayó un día martes. Amaneció lloviznando. Hacía frío, por más que ya estábamos en diciembre. Los varones no hacíamos fiesta de quince. Se usaba organizar un asado con los amigos. Yo ni dije que era mi fecha” (147). Un texto pausado, que se detiene en detalles que dan cuenta de un ambiente, de un estado de ánimo, de una visión de la vida. El protagonista de “El cementerio perfecto” es algo diferente: un diseñador de cementerios, soltero, en sus cuarenta, que viaja de lugar en lugar planificando y supervisando la construcción de camposantos, visiones ideales del descanso eterno de los cuerpos sin vida. Pero podemos imaginar a Víctor Bagiardelli en sus quince; lo vemos adulto evadiendo el echar raíces, el formar un hogar, ha hecho del escapar su forma de vivir. Es casi como si hubiera dos opciones: formar familia o huir de ella.

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Falco, Federico. Flores nuevas. Santiago: Montacerdos Ediciones, 2014.

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