Carolina Valenzuela: "Los Actores Silenciosos"

La educación y su importancia fundamental para la sociedad, no es un tema nuevo a tratar. Llevamos semanas, meses, años y décadas discutiendo sobre lo mismo en diferentes formas y grados. Tampoco hemos descubierto el fuego, ni somos los únicos en el mundo hablando sobre el tema.  Algunos países más que otros han solucionado la calidad de la educación en diferentes tiempos y estilos, ya sea modificando el curriculum, la formación del profesorado, aumentando la inversión, etcétera. Sin embargo, hay algo que ha quedado fuera de las discusiones, incluso de la de nuestro país: la influencia y participación de la familia y la sociedad.

La familia es la primera escuela. Es el grupo humano principal, fundamental en el desarrollo del hombre, siendo además la institución más estable de la historia humana; el primer responsable de sus integrantes. Sin embargo, desde hace un tiempo, la sociedad ha descansado en las escuelas como única fuente de enseñanza para los niños. Las familias consideran a los colegios y jardines como los lugares en que los niños permanecen gran parte del tiempo y, por eso, deben asumir completa responsabilidad por ellos y al final del día devolver “productos mejorados”. Luego estos mismos padres desvinculados se quejan de hijos desordenados, desobedientes o incontrolables. Las familias, los actores silenciosos del proceso educativo, no logran  involucrarse lo suficiente en la educación como para conformarse como un pilar significativo en la transmisión de enseñanzas propias del hogar, reaccionando con sorpresa ante hechos que son producto de la propia desvinculación.
 

Los valores, principios y hábitos se aprenden en la casa, entre los hermanos, con los abuelos y los vecinos. A los adultos se les hace caso, y las canas se respetan. Se predica con el ejemplo y de esto depende en gran parte de los resultados que se obtengan. ¿Pero cómo? ¿Quiénes hablan con los niños si no hay espacio para la conversación en la casa? ¿Si ya no hay comidas compartidas entre todos? ¿Si no aprovechamos los momentos verdaderamente humanos como cuando nos vemos cara a cara y preferimos antes que  la comunicación virtual? ¿Si hay escasas reglas? ¿Si decimos algo y hacemos otra cosa? ¿Si los adultos temen las quejas y reproches de los niños? Porque nos miramos, pero no nos vemos.
Cuando reclamamos mejoras en la calidad de la educación, sólo defendemos una consigna y seguimos a la deriva si realmente no ponemos caras y verdadero corazón en la familia y la educación. Y si no nos comprometemos como sociedad a trabajar de forma constante en ser ejemplo para nuestros niños, la familia no logra involucrarse de forma responsable y compenetrada con sus integrantes, por lo que continuaremos miramos las calles sucias, los perros abandonados, los disturbios después de cada partido y culparemos “a los otros” por los valores que no hemos sabido inculcar y defender como sociedad.
No podemos dejar a cargo únicamente a los profesores a las escuelas y culpar a las políticas públicas sobre lo que pasa con la educación y desentendernos de nuestra responsabilidad compartida como familia y sociedad, como actores silenciosos.
Necesitamos involucrarnos y hacernos parte como conjunto en la formación de nuestros niños, desde todos los ámbitos, respetándolos plenamente en su integridad e inteligencia, desafiándolos, y también marcando reglas y límites claros, que les permitan estructurarse como futuros ciudadanos comprometidos y responsables con su país. Pero por sobre todo, siendo ejemplo para los niños, tratándonos con respeto los unos a los otros, siendo honestos, sinceros, de mentalidad abierta, y siempre de manera responsable y comprometida.
Si bien no es erróneo intentar asegurar la calidad de la educación con una inyección mayor de recursos,  es necesario hacerlo en conjunto al incentivo de la participación y toma de conciencia del involucramiento primordial de la familia en el proceso de formación y la acción conjunta  de la sociedad en la modelación del Chile que queremos.
               

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