Columna de Juan Manuel Astorga: "Reivindicar la memoria, no el olvido"

Su argumento la convirtió en una de las películas más famosas de Argentina. Se llama “La historia oficial” y transcurre en 1983, en el ocaso de la dictadura militar transandina. Su protagonista es una profesora que empieza a preguntarse quiénes son los verdaderos padres de su hija, adoptada años antes por su marido de una manera que le generó sospechas. El regreso de una amiga exiliada, el descubrimiento de los turbios manejos de su esposo y la aparición de una Abuela de Plaza de Mayo -mujeres que buscan a niños robados durante esos años- van cambiando la vida de la protagonista, que empieza a tomar conciencia política y a descubrir que su hija puede ser en realidad hija de ejecutados políticos argentinos.

La cinta vuelve al recuerdo colectivo después del potente episodio vivido esta semana por Estela de Carlotto, la presidenta de esa agrupación de las Abuelas de Plaza de Mayo. Esta semana pudo encontrar a su nieto, secuestrado a comienzos de esa dictadura militar (1976-1983). Lo estuvo buscando durante casi cuatro décadas. Su historia sin duda inspirará también películas y libros.

Estela era profesora. Un año después del golpe, vivió su primer drama bajo los militares cuando en agosto de 1977 le secuestraron y torturaron a su marido. Lo liberaron, pero previo pago de un rescate. Un mes después, capturaron a la mayor de sus cuatro hijas. Laura tenía entonces 23 años. Ella y su pareja formaban parte de un movimiento guerrillero llamado “Los Montoneros”.

Estela entró en desesperación. La buscó por todos lados. Y mayor fue su angustia cuando más tarde supo que su hija estaba embarazada de seis meses. Estela contó que se enteró porque se lo dijo otra joven que había estado con ella en el mismo campo de detención. “Nos pusimos contentísimos porque aquella mujer la había visto viva y nosotros pensábamos que ya la habrían matado. Pero el 25 de agosto de 1979 la policía me entregó el cuerpo de Laura. ‘¿Y el niño?’ pregunté. ‘No hay ningún niño’, dijeron”. Así de duro fue el relato y la historia de Estela. No sólo le habían secuestrado y matado a su hija. También le habían quitado a su nieto.

Laura le contó a la chica con la que estuvo detenida que si la guagua era varón, le iba a poner el nombre de su abuelo, Guido. Estela no sabía si ese niño estaba vivo. Pero lo sospechaba firmemente. Y alguien lo tenía. Había que buscar a Guido. Estela nunca supo que fue el 26 de junio de 1978 cuando Guido nació en el Hospital Militar de Buenos Aires. A Laura la dejaron estar apenas cinco horas con él. Después la mataron. Tiempo más tarde entregaron su cuerpo a su madre.

De Carlotto estaba devastada. Pero lo que más la mantenía en pie era la convicción, cada día más sólida, de que ese niño vivía. Y empezó a buscarlo por todas partes. Una búsqueda que la transformó en un referente mundial en la defensa de los derechos humanos. Incluso ha sido considerada en varias ocasiones como candidata al Premio Nobel de la Paz. Aunque tenía razones para hacerlo, Estela nunca ha pronunciado palabras de odio o de venganza. Lo que ella pedía y pide, como tantas otras en Argentina, y como tantas y tantos en países víctimas de la dictadura como Chile, es justicia.

Guido de Carlotto se llamó hasta esta semana Ignacio Hurban, el nombre que le dieron sus padres adoptivos. A esta historia, como a un rompecabezas, le faltan muchas piezas por encajar. No está claro el porqué, pero Guido sospechó que podría ser nieto de desaparecidos, uno de los 400 que se calcula, están viviendo en Argentina sin saber su real origen.

El hijo de Laura esperaba los resultados de ADN para dentro de tres meses, pero apenas 10 días después de haberse practicado el examen, se los dieron. Las pruebas tienen una fiabilidad de un 99,9 por ciento. Se convirtió así en el nieto número 114 en ser identificado.

Guido es músico y vive en la localidad bonaerense de Olavarría. Es de las pocas cosas que este hombre hoy da por certeras. Muchas otras sin embargo, se han convertido en una duda acongojante. ¿Cómo llegó a vivir a una localidad a más de 300 kilómetros al sur de donde nació? ¿Quién lo robó? ¿Supo siempre que era adoptado? La historia de Guido Montoya Carlotto está recién empezando. Y tendrá que convivir con la otra, la de Ignacio Hurban. Ese es su drama, como el de los otros 113 nietos que han sido recuperados. Ser uno de esos niños robados durante la dictadura es brutalmente castigador desde casi todo punto de vista. El que lo descubre tiene que volver la vista atrás para reexaminar su vida y cuestionarse todo, desde la responsabilidad que eventualmente tuvieron sus padres “adoptivos” en la muerte de los biológicos, hasta el nombre que le pusieron. Redescubrir su verdadero origen, sus genuinos parientes, si tiene más hermanos sanguíneos, si se parece más a su padre o su madre y eventualmente hasta su fecha de cumpleaños. Saber cómo murieron sus progenitores, por qué decidieron matarlos, y bajo qué triquiñuelas los adoptivos regularizaron la adopción. Pero de todos, quizá éste sea el drama mayor: los padres que los criaron pueden ser los responsables o bien los cómplices del crimen de los papás biológicos.

Según Estela de Carlotto, “algunos de esos niños tienen síndrome de Estocolmo (simpatizar con tus captores). Sus apropiadores les chantajean: ‘¿Vas a mandar a la cárcel a los padres que te han criado?’ Muchos tardan años en asumirlo”, dijo hace algún tiempo.

De toda esta historia, se pueden sacar muchísimas lecciones. Pero hay una que se antepone a cualquier otra. Para quienes han pedido tantas veces que los familiares de las víctimas de la violencia política den vuelta la página, ésta es una inmejorable demostración, moral y concreta, de lo injusto de pedirle a alguien que abandone la búsqueda de los suyos. Aun cuando lo que se recupere sean los restos, sólo la verdad sirve para completar una historia cercenada que impide seguir adelante. Nadie osaría pedirle a una madre o un padre que dé vuelta la página y olvide a un hijo muerto. ¿Por qué debería alguien atreverse siquiera a sugerirle a quien no sabe qué pasó con los suyos, que haga la vista gorda? “Esto es para los que todavía pretenden que olvidemos, que demos una vuelta la página como si nada hubiera pasado. Y como falta mucho, hay que seguir buscando a los que faltan porque otras abuelas quieren seguir sintiendo lo que siento yo hoy. Porque lo que yo quería era no morirme sin abrazarlo. Y lo voy a poder abrazar”, dijo Estela el día en que supo que Ignacio era en realidad Guido. Una reivindicación a la lucha, a la memoria. Nunca al olvido.

De Carlotto tiene 83 años y el nieto 36. Laura, su hija asesinada y madre de Guido, habría cumplido los 60.

Finalmente, la abuela y el nieto pudieron verse en un encuentro íntimo. Esa es, finalmente, la historia oficial.

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