Columna de Gabriel Boric: ¿Y quién hace la reforma educacional?

Desde marzo que vivo en Valparaíso, a quince minutos de mi trabajo. Me voy caminando o tomo una micro. En el trayecto al Congreso me paran, me saludan, me retan, me felicitan y me piden que no me venda, que no me olvide de la gente en la calle, que no me acomode como “los otros políticos”.

¿Qué significa ese mensaje que repiten en Valparaíso, en Santiago y en Magallanes? ¿Qué quiere decir esta advertencia constante a “no venderse”? Al parecer hay una historia que se repite: el joven lleno de ideales se transforma en diputado (o alcalde o concejal) y a poco andar olvida sus principios, olvida el compromiso con la ciudadanía, empieza a usar su cargo para beneficio personal o para favorecer intereses que no son los de quienes lo eligieron. Termina sumándose al insípido espectáculo que a diario nos ofrece gran parte de la clase política. Y pareciera que esa historia también se repite en los partidos políticos y las coaliciones.

En los 90, luego de un oscuro período de dictadura, llegó la Concertación. Llena de nuevos aires, le prometió al país que la alegría vendría y que ahora sí íbamos a crecer con igualdad. Pero al poco andar se acomodaron. Descubrieron que era más fácil administrar el legado de Pinochet que enfrentarse a él . Terminaron privatizando el agua, las carreteras, la salud y la educación, y construyendo una democracia incolora, que paradójicamente le tenía miedo a la participación de la gente común y corriente. Nos hicieron creer que de eso se trataba el progreso y que tener cupo en la línea de crédito era más importante que ser ciudadano, que ser parte de un proyecto colectivo para construir una sociedad más justa.

Hoy, la Nueva Mayoría nos ofrece una nueva promesa que -hasta ahora- no es capaz de sostener en los hechos. Una reforma educacional abierta, democrática, que fortalezca la educación pública y le dé educación de calidad a todos y todas, independiente del tamaño de sus billeteras o el lugar donde nacieron. En el Gobierno se muestran erráticos y contradictorios dejando que la reforma navegue a la deriva. En la derecha aprovechan cada oportunidad para desviar el foco de la discusión y tratar de que nada cambie, o como hacen los más elegantes, cambiar algo para que todo siga igual.

Ante ese escenario, la solución es clara. La reforma no puede quedar en manos de los mismos de siempre, debe ser hecha junto a los movimientos sociales que la han empujado hace ya más de tres años. La única manera que ésta cumpla las expectativas que los chilenos y chilenas hemos expresado en las calles, es que se construya con una convicción democrática genuina. Eso significa que las decisiones las tomemos entre todos, en espacios de discusión transparentes y democráticos. No más acuerdos secretos en cocinas cerradas.

Si hay algo que he aprendido en estos felices años de lucha social es que los cambios hay que salir a defenderlos. Eso fue lo que hicimos la semana pasada marchando junto a miles por todo Chile, y es lo que exigiremos al ministro de Educación. Y siempre, con la esperanza intacta…

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