Columna de Voces Católicas: "Historia de dos visiones"

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos (…) la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Así comienza Charles Dickens su controvertida novela “historia de dos ciudades” que si entrecerramos los ojos podría fácilmente describir el contraste cultural que a veces vemos en nuestro país, donde nos auto-dividimos entre buenos y malos, conservadores y liberales, pobres inútiles y ricos egoístas.
 
Es lo que al menos muchas personas como yo escuchamos en discursos políticos, debates académicos y en la propia calle, viendo tristemente cómo nuestro Chile parece a ratos un país dividido, sumido en una batalla fría que nunca acaba y que nunca pareciera haber comenzado. Por supuesto, hay quienes logran ver hacia los dos lados, pero su brillantez parece opacarse con las estocadas de las “dos ciudades” dominantes. Y así, todos los esfuerzos por enriquecer el debate palidecen y seguimos viendo el mundo en binomios, en un contrastado blanco y negro de dos alejadas visiones que a nadie ayuda.
 
No se trata de escoger un lado correcto. Mi punto es empezar a sincerar posturas y entender que, independiente de que las motivaciones muchas veces son torcidas y complejas, siempre hay -y en verdad así lo creo- una intención positiva detrás de los actos y dichos de cualquier persona. Es lo que llaman empatía, cualidad que en una sociedad tan global y diversa como la nuestra debiera ser una clave en la educación de nuestros hijos.
 
El afán que nos inquieta no debiera ser -creo yo- el convencer al otro, porque mi verdad valga más que la del otro. El con-vencer implica que yo quiero vencer al otro, en una lucha implícita no declarada, y desde mi trinchera imponer mi razón o ideología. En lugar de con-vencer quiero invitarlos a con-movernos con el otro. Desde el testimonio de mi empatía por el otro, y mis propias convicciones, lograr mover el debate hacia una mutua identificación, y ver hacia dónde eso nos lleva.
 
Tampoco se trata de eliminar nuestras diferencias. Platón en La República defendía que una ciudad sin discusión se vuelve esclava. La disputa es buena, es sana. La presencia y discusión de diferentes ideologías es parte de la democracia. El punto es la manera en la que debatimos, y cómo reconocemos la verdad que está en el otro.
 
Por solo dar un ejemplo: mientras los pro-vida no reconozcamos todo el peso que tiene para muchas madres solteras el tener un hijo en condiciones de pobreza, y los pro-libertad no logren entender el sentido que le otorgamos nosotros al inicio de la vida humana no podremos avanzar en el debate del aborto.
 
Cuando empatizamos con el otro, además, no sólo ampliamos un espacio para la paz y el buen debate, sino que neurológicamente el cerebro del otro se abre a recibir nuevas ideas, se expande y tenemos más posibilidades de transmitir nuestras ideas y que nuestro interlocutor se identifique con nuestro mensaje.
 
Convirtamos este “cuento de dos ciudades” en el de un sólo país: diverso, diferente, complejo, pero UNO. Un Chile donde se celebre la diversidad, y así nuestras diferencias se conviertan en puentes hacia una democracia más madura y encarnada.

Una historia donde realmente quepan dos ciudades y dos visiones.

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