Columna de Magdalena Piñera: Ojo con la libertad

Imagina por un momento que Chile fue derrotado en la Guerra del Pacífico y que los países vencedores hubiesen dividido en dos partes nuestro territorio nacional a través de un muro, separando por décadas a familias y amigos. Eso fue lo que ocurrió con el Muro de Berlín que, por 28 años, fue la frontera de cemento que cercenó a la Alemania vencida entre soviéticos y aliados. El “Muro de Protección Antifascista”, como lo llamaba el régimen socialista, fue levantado en 1961 por la República Democrática de Alemania (RDA), con el fin de contener la huida de cientos de miles de sus ciudadanos hacia la República Federal Alemana (RFA).

En realidad, el muro sólo servía para proteger la vida del fracasado sistema político de la Alemania Oriental, por ello, sus soldados estaban dispuestos a disparar a cualquiera que lo intentara cruzar. Más de cien personas fueron asesinadas por tratar de escapar del socialismo a la libertad. En 1962, un joven obrero de la construcción de 18 años, llamado Peter Fechter, murió baleado por tratar de alcanzar el lado occidental.

Veintisiete años después, en 1989, sólo nueve meses antes de que cayera el “Muro de la Vergüenza”, como era llamado en Occidente, Chris Gueffroy, un joven de 20 años también fue abatido a tiros por intentar fugarse de la RDA.

Pero el muro cayó. No por la fuerza de las armas ni por alguna imaginaria conspiración capitalista. Cayó porque quienes conocieron en carne propia el socialismo real dijeron ¡basta! Cayó porque el pueblo de la RDA no estaba dispuesto a seguir viviendo en la mediocridad económica en aras del socialismo ni sacrificar su libertad en aras del Estado. Cayó porque fracasó estrepitosamente la sociedad socialista, su modelo económico y su utopía igualitaria donde, como decía George Orwell en su libro “Rebelión en la Granja”, finalmente imperaba el principio “todos somos iguales, pero unos más iguales que otros”.

En definitiva, el Muro de Berlín cayó porque representaba la negación de la libertad y del derecho natural que tienen las personas a forjar su propio destino de acuerdo a sus capacidades, talentos y voluntad. Cayó por la misma razón que miles de cubanos prefieren cruzar el mar y morir en el intento de ser libres antes que continuar bajo una dictadura que ya cumplió 55 años. Cayó por la misma razón que en estos días Hong Kong vive una “revolución de los paraguas” que desafía a la autocracia china en defensa de sus libertades, tal como durante décadas lo han hecho los tibetanos.

Conmueve constatar que el amor por la libertad puede superar ampliamente al instinto de supervivencia. Emociona evocar el recuerdo de aquellos que arriesgaron y perdieron sus vidas por vivir en libertad. ¿Te has preguntado si estarías dispuesto a hacer lo mismo? El próximo 9 de noviembre, cuando recordemos los 25 años de la caída del Muro de Berlín y celebremos el triunfo de la libertad, será un momento para que también reflexionemos sobre el estado de nuestras libertades en Chile. Porque aunque es cierto que no tenemos un Muro de Berlín, sí estamos enfrentando un gradual proceso de restricción a nuestras libertades. ¿Cómo cuáles? Como la libertad de enseñanza, la libertad de elección de los padres del establecimiento educacional para sus hijos, la libertad de cotizar en el sistema de salud que prefiramos, la libertad de pertenecer a un sindicato, la libertad de trabajar, entre otras.

Ojo con la libertad. Porque así como el Muro de Berlín se construyó ladrillo tras ladrillo, así también se puede, reforma tras reforma, construir restricciones a nuestras propias libertades de desarrollo, creación y emprendimiento que luego añoraremos.

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