Entre los principales males de la sociedad chilena está el miedo al otro y la uniformidad. Como expresión de desconfianza, tendemos a etiquetar al que no se parece a nosotros, al que no habla como nosotros: por eso cuando Herrera llama “Chipamogli” a Flores, le dice “flaite”. “Flaitear al otro” como fue en los 80 “rotear” es una forma de descalificar desde el lenguaje. De “poner en su lugar” al que “no debería” estar al lado nuestro. No debemos olvidar por supuesto que el lenguaje construye realidades y nos pasa muchas veces por encima.
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Comienzo desde esa esquina esta columna, porque en el fútbol está el ADN del hombre chileno. Y vamos a hablar de un asunto de género y dominio de un sexo sobre otro. En Chile, es “menos hombre” el que no gusta de ver los canales de deporte y así nos forman desde temprano en el barrio, la escuela. Comienza desde casa el machismo, que quiebra a nuestra sociedad y valida a los íconos de la violencia porque son “más hombres” que otros. A esos hombres se les deja entrar, hacer y decir lo que quieran. Les da impunidad porque contribuye a ese imaginario compuesto por hombres heterosexuales que siempre responden (o gustan de responder) al hombre heterosexual blanco que les entrega tranquilidad. En una sociedad de diversidades escondidas y avergonzadas, de fijación por el “pedigree” (muy cómplice el periodismo de esto) las identidades como los mapuches, los nombres diferentes en inglés, las comunas estigmatizadas que hacen parecer menos bellas pero están llenos de gente buena y trabajadora, están relegadas a segundo plano. Todos empujan a la disidencia sin darse cuenta. Y es culpa de esa identidad que obviamente es súper cómoda para la estructura económica: si tienes que producir, mientras menos diverso sea el público, el costo es más bajo por volumen.
Esa identidad de macho, tan tosca y violenta de descalificación por descalificación que logra reprimir la diferencia nos rodea y nos enfrenta. Ahí, el opuesto es la mujer. En Chile la mujer es la impulsora de los cambios, porque es distinta a la identidad masculina. En los últimos años las mujeres son las que se han empoderado y han dado paso a los cambios de ideas en partidos políticos, comunidades y universidades. Son las que no tienen miedo y por tanto son perseguidas por cómplices del machismo y machistas acérrimos.
Todos los días esos hombres matan mujeres.
El viernes violaron a una embarazada en el Metro. Eso debió haber sido el titular del fin de semana y salió en los breves. El tipo intentó violar a la embarazada y grabarlo. Nadie se escandalizó lo suficiente. Si en Chile durante un partido de fútbol se mete un hincha e intenta matar a alguien en el Metro con una pistola y lo graba es portada. Acá obviamente, “es mujer”.
El sábado en tanto en Puente Alto apareció la víctima 32 de femicidio: María Elena Ramírez. El hombre llegó a la casa, la hija de María Elena fue a comprar. Cuando volvió sus padres estaban ensangrentados en el piso. El asesino se había separado de ella hace tres meses.
Probablemente María Elena sintonizaba todas las mañanas” Bienvenidos” o “Mucho Gusto”, donde sus conductores centrales declararon estar a favor de los piropos. Cárcamo fue mas allá y dijo “o sea que si llegas con un vestido y yo te quiero decir ‘que lindas piernas’,¿me lo tengo que guardar?”.
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Mira Martín, te explico porque me caes bien. Si no realmente te mandaría al carajo: sin darte cuenta, María Elena, la embarazada en el Metro, y todas las adolescentes que han sido manoseadas en el transporte público han sido víctimas de animales, incapaces de “guardarse” sus intenciones o deseos en una sociedad cómplice que obviamente vitoreará cualquier imbecilidad que griten como la barrabrava de un estadio: o sea, una tropa de incapaces de entender que las mujeres no son un objeto. Cuando tú violentas a una mujer con el piropo (las respuestas de Cárcamo y Jara son a propósito de la OCAC, el observatorio contra el Acoso Callejero) tú la transformas en algo tuyo y realmente, honestamente, no tiene por qué ser así. Es un ser vivo, pero la cosificas. La vuelves “cosa” porque no se parece a ti frente al espejo. La cifra es alarmante: una de cada tres chilenas ha recibido un agarrón en la calle. ¡Con qué derecho, bestias!
Obviamente culpar a Cárcamo o Jara del machismo sería el ejercicio mas fácil: nos criaron bajo una sociedad machista y homofóbica. Ellos, como quien te escribe o quien lee, deben aprender. Nos criaron con desconfianza sobre los más pobres, o sobre los de otro color de piel. Pero es nuestra responsabilidad ser adultos y comenzar a cambiar esos comportamientos. Necesitamos tener insumos contra el machismo. Y el mejor es comenzar a pensar un poco en qué decimos y hacemos. Cómo nos comunicamos. Sé que es el mecanismo más barato, pero todos sabemos, que es el menos fácil.
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