Columna "come y calla" de Felipe Espinosa: Entretención

Hace mucho, mucho, pero muchísimo tiempo, los festines eran celebraciones que duraban largas jornadas, incluso varios días. El agradecimiento y el jolgorio se volvían tangibles cuando de comilonas se trataba. Nunca termino de sorprenderme de las antiguas culturas, principalmente los romanos y los griegos, célebres por el uso de la túnica, la pasión por el comer y beber. 

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Hay países y culturas ajenas a la nuestra que cultivan muy bien el uso del bufet, del tenedor libre, no sé qué paso a fines de los 90 que los pocos íconos capitalinos del rubro se perdieron en el olvido, no sembraron en el tiempo perdiendo su nicho, a mis ojos hoy sólo sobrevive un par de históricos que no ha logrado reinventarse, no puede dejar el circulo vicioso. Aprovechando una salida a terreno muy en onda botánica nos imaginamos vestidos de toga llegando a un panteón. Cuando comienza la Sexta Región hacia el sur se asoma el imponente Casino de juegos, coloso habitante posicionado en el delta formado por la autopista. El lugar está bellísimo, la primavera deja sus huellas otorgando un verde fuerte en los jardines y una floración en su punto más alto, un espectáculo que invita a recorrer las instalaciones. 

Como todo gran casino el derroche es parte de la puesta en escena, presupuesto ilimitado en la implementación apostando todo a que el retorno será exponencial en el tiempo. Grandes espacios circunvalan las salas de juegos, el pasillo circular alberga un sin número de divertimentos, algunos de ellos gastronómicos. Entre el sonido de las tragamonedas logras divisar las altas escaleras mecánicas que te elevan al segundo piso del edificio. El Capataz es la versión más hotelera de la culinaria en Monticello, por un único precio se obtiene pase liberado a los mesones abarrotados de exquisiteces. Para dar un pequeño tour, vale comenzar por los quesos, la mesa de antipastos recibe al comensal que busca algo rápido para picar mientras esperas las bebidas, atractivas canastas de pan acompañan la picadas, pero eso es sólo la punta del iceberg, hay una isla central con variadas ensaladas, mucha verdura muy fresca y por lo demás apetitosa. Una batería de aderezos supervisa la estación que está en el medio de todo. Flanco izquierdo para la comida internacional, ese día nos visitaron desde China y México, al frente una parrilla de abundantes cortes y embutidos escoltada por una barra de cacerolas con guisos y guarniciones para todos, absolutamente todos los gustos. Del otro lado una estación perversa con frituras, papas en todas sus formas, incluso sonrientes. 

Mención aparte merece el islote de los postres, mucha pastelería tradicional, sabores familiares como la chirimoya y las papayas, pero también hay crepes de naranja y ricos helados. La decoración es un tanto desconcertante, puedes comer sentado en sillas que parecen sacadas de un bosque hilarante o sentarte en la barra en una montura huasa bien equipada. Donde sea la atención está bien, las cartas me llaman, ya tomé café y quiero comenzar el juego verdadero, con el estómago lleno.

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