Al asumir su mandato, el pasado 11 de marzo, la Presidenta Michelle Bachelet dijo que “quiero que sientan que Chile no es un puñado de estadísticas, sino un mejor lugar para vivir”. De esa manera, la gobernante estrenaba el primer día de su segundo período al mando del país, tomando distancia de los números que sistemáticamente esgrimió su antecesor, Sebastián Piñera, cada vez que salía a explicar su gestión. Los cuatro años anteriores a este período, se resumen en una economía que recobró su dinamismo después de los embates que sufrió tras la crisis global del 2008. En promedio, Chile creció un 5,4 por ciento en el Gobierno pasado. Piñera se fue habiendo creado 800 mil puestos de trabajo y con una disminución del desempleo, que llegó hasta el 5,7 por ciento. En su balance, el Gobierno anterior dejó a Chile con el mayor Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de América Latina, equivalente a US$22.362 por paridad de poder de compra y una inflación que apenas llegaba al 3% anual. También disminuyó la desigualdad y aumentaron las remuneraciones.
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Mirado en cifras, el desafío para Bachelet se veía muy difícil de superar. Sin embargo, tenía de su lado un incuestionable argumento que validaba las palabras que pronunció cuando asumió hace nueve meses: ninguno de esos éxitos económicos le sirvió a la Alianza por Chile para renovar su mandato. Dicho de otra manera, lo que el país estaba reclamando, más que exuberantes números, era que esas cifras llegaran a todos. Menos prosa de esa fría y calculada, sino poesía que invitara a soñar un país más inclusivo. Al menos así lo comprendió Bachelet, lo que se tradujo en un ambicioso programa de Gobierno en el que prometió inclusión, meritocracia y más calidad y bienestar. todos. numez que debdenta Michelle Bachelet, dijo que mposible alcanzar esa supramayoron similaó más inclusión, meritocracia y más calidad y bienestar. A su entender, los chilenos que la eligieron sueñan con un Chile distinto al que hoy conocemos. Uno más inclusivo, que elimine las desigualdades y que brinde a todos las mismas oportunidades. Por eso su programa incluye compromisos para garantizar la libertad y seguridad personal, la libertad de conciencia, la identidad, la intimidad y los derechos sexuales y reproductivos. Hay ofertas para asegurar los derechos colectivos y el reconocimiento de los pueblos indígenas. Pero por sobre todo, reformas centrales para aumentar la recaudación de impuestos, a fin de nutrir al estado de más recursos y generar que los que más tienen paguen más; una maciza reforma educacional que garantice calidad y elimine las desigualdades sociales en las aulas, y una nueva Constitución respaldada por la ciudadanía.
Las promesas del programa de Gobierno se presentaron como mayúsculas, pero con el aval de un pacto, la Nueva Mayoría, que haría honor a su nombre, y con superioridad en ambas cámaras del parlamento tendría amplias facultades para poder avanzar en los proyectos, sin preocuparse de las trabas que le impusiera la oposición.
Transcurridos nueve meses desde que asumió este Gobierno, las cosas no han salido como se proyectaban. La reforma tributaria generó un clima de incertidumbre mayor al calculado, que inevitablemente impactó en nuestra economía, cuyo crecimiento se desaceleró ante la falta de confianza de inversores que prefirieron postergar sus proyectos. Costó explicarla y, peor todavía, hubo muchas dificultades para corregirla. Tanto en su diseño como en su sustento ideológico, la reforma se volvió la primera roca en el largo camino que este Gobierno quiere volver a pavimentar.
La reforma educacional ha provocado ásperos debates porque incluso a los que reclaman una cirugía mayor al sistema, les cuesta entender por qué se partió discutiendo sobre eliminación del copago o del lucro en los colegios particulares subvencionados, en lugar de fortalecer la educación pública.
Las desavenencias políticas frente a los dos proyectos clave de Bachelet no sólo se dieron entre el oficialismo y la oposición, sino que al interior de la Nueva Mayoría, con permanentes encontrones entre la Democracia Cristiana y sus socios de la izquierda.
A menos de un año de instalado el actual Gobierno, las discordias han comenzado a pasarle la cuenta a la Mandataria. Esta semana se conocieron dos encuestas que coinciden en su diagnóstico: la Presidenta Bachelet ha perdido respaldo ciudadano.
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El sondeo efectuado por el Centro de Estudios Públicos, CEP, reflejó la cifra más baja de aprobación de la Jefa de Estado en sus dos gobiernos, con un 38%. Esto significa que supera los negativos resultados que obtuvo en su anterior mandato, cuando se registraron las movilizaciones estudiantiles en 2006, o se implementó el Transantiago en 2007. En ese caso, la evaluación de Bachelet había caído hasta un 39%. La otra encuesta, de la empresa Adimark, mostró que la aprobación a Bachelet cayó de un 45% a un 42% y su desaprobación llegó a un 52%.
La reforma educacional bajó nueve puntos de respaldo, alcanzando apenas un 36% de aprobación, mismo apoyo que tuvo la reforma tributaria. En este último caso, según Adimark, un 70% cree que esta última va a afectar negativamente a la clase media. A eso hay que sumarle la baja en la percepción económica que arrojó también la encuesta del CEP. Ante la pregunta “¿Usted cree que el momento actual Chile está: progresando, estancado o en decadencia?”, el 51% respondió que el país está estancado, un punto más que el último sondeo.
Ambos reflejan una mayor desconfianza con la actividad política. Cae el apoyo a la Nueva Mayoría, pero nada de esa baja la capitaliza la Alianza por Chile, que también disminuye en su respaldo. Y aunque algunos personajes políticos suben en su aprobación, como Marco Enríquez-Ominami o Manuel José Ossandón, en general el mundo político queda al debe. La permanente oposición de la UDI a las iniciativas del Gobierno, llevaron a que varias de sus figuras fueran las peor evaluadas de todo el espectro político.
Según CEP, un 57% no simpatiza con ninguna de las dos coaliciones, y otro 12 por ciento no sabe o no contesta. Es decir, casi 7 de cada 10 encuestados pareciera estar fuera del sistema político tradicional, lo que es caldo de cultivo para que personajes de corte más populista, que se dicen antipolíticos, encuentren una eventual base de apoyo.
Es muy probable que la lectura que la actual Mandataria hizo de lo que la ciudadanía reclama, sea la correcta. Se requieren cambios para darle evolución a una sociedad que en montones de aspectos se siente postergada o derechamente marginada. Sin embargo, los problemas han estado en la profundidad, ritmo y pertinencia de esos cambios. La incapacidad de un diálogo fructífero con el contrario e incluso con sus socios de pacto, le están pasando la cuenta. Lo mismo los problemas para explicar lo que se está haciendo. Pero por sobre todo, si las reformas generan más rechazo que apoyo, y más incertidumbre que certeza, el cometido no se está cumpliendo. Para quien asumió invitando a sentir que Chile no es un puñado de estadísticas, sino un mejor lugar para vivir, claramente es un problema.
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