Columna de Juan Manuel Astorga: "Adiós siglo XX"

Esta semana se terminó por derrumbar el muro de Berlín. Con el anuncio conjunto de Estados Unidos y Cuba de restablecer sus relaciones diplomáticas, se cerró el último capítulo pendiente que el mundo heredó del siglo XX, y que por fin le puso la lápida a la llamada “guerra fría”.

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“Hoy anuncio el fin de una política hacia Cuba que es obsoleta y ha fracasado durante décadas como un nuevo capítulo en las relaciones de Washington con Cuba”, decía el miércoles desde Washington el presidente Barack Obama, al mismo tiempo que Raúl Castro anunciaba lo mismo en La Habana. En ese momento, comenzaron a sonar las campanas de todas las iglesias de Cuba, un gesto mucho más que simbólico, y que sirvió para recordar que mediador clave en todo este asunto fue el Papa Francisco, que justo ese día celebraba su cumpleaños. 

La convicción del gobernante estadounidense es la que han tenido millones de personas en el mundo a lo largo de las últimas décadas: que el embargo no llevó la democracia a la isla, ni evitó las violaciones a los derechos humanos, ni logró recortar en lo más mínimo el poder de los hermanos Castro.

El anuncio de esta semana es una victoria para ambas partes. Obama, que parecía estar contra las cuerdas porque los republicanos habían accedido a la mayoría en el parlamento y le estaban haciendo la vida a cuadritos, no ha dudado un segundo en seguir al pie de la letra lo que al comienzo de su mandato se trazó como objetivo. El Premio Nobel de la Paz, ése que se ganó según muchos, más por expectativas que por méritos, ha sorprendido una y otra vez en estos días con múltiples anuncios que parecían imposibles: la legalización de inmigrantes, la defensa de medidas preventivas del cambio climático y las negociaciones nucleares con Irán. Ahora se anota el mayor de sus logros en la diplomacia internacional. Haber sido el primer presidente negro y el que inició el descongelamiento de las relaciones con la isla de Cuba, serán las primeras dos líneas que resumirán su legado en los libros de historia y seguramente en Wikipedia.

Obama no tiene nada que perder. Su historia es muy distinta a la de sus antecesores. Él mismo se encargó de recordar que cuando nació, los Castro ya estaban en el poder. Y si antes los cubanos anticastristas que habían llegado a Estados Unidos lograban dominar a un importante espectro de ciudadanos norteamericanos, esa realidad hoy se ha matizado muchísimo. La comunidad cubana en EEUU ya no está mayoritariamente a favor del embargo. Ese dato es muy relevante desde el punto de vista práctico. El estado de Florida, donde reside buena parte de esa población isleña, es clave en cualquier elección presidencial. Bien lo saben George Bush y Al Gore, que tuvieron en ese lugar el round final para saber quién se quedaba con la banda presidencial. Florida tuvo como gobernador hasta hace poco a Jeb Bush, hermano e hijo de los George, y muy cercano a la población latina. Justo el día anterior al anuncio de Castro y Obama, Jeb anticipaba que exploraría la posibilidad ser candidato presidencial de su partido, el Republicano. Lo de Cuba lo pone en un aprieto, porque deberá definirse nítidamente a favor del anuncio, lo que lo confrontaría con los republicanos que se oponen al restablecimiento de relaciones, o por el contrario, deberá cerrar filas con el mundo conservador, arriesgando perder el voto de quienes esperan una apertura en la relación con Cuba.

Con la jugada de Obama, la oposición queda en un dilema. Por convicciones ideológicas, se niega a mejorar los vínculos con La Habana, pero es claro que la comunidad de negocios, que está muy vinculada con los republicanos, terminará presionando a ese partido.

Para Raúl Castro ésta también es una victoria. El bloqueo fue siempre la mayor de sus justificaciones para explicar el porqué de cada decisión dictatorial adoptada en la isla. Habían logrado sobrevivir gracias a la ayuda de la Unión Soviética. Su desaparición los dejó agónicos. Su último tanque de oxigeno se los ha proporcionado Venezuela, país que sin embargo vive sus propios embrollos políticos y económicos. Peor aún, la brusca baja en el precio del petróleo tiene a Nicolás Maduro más ocupado de sus propios asuntos que de salvar a Cuba de su debacle.

El gobierno castrista sabía hace tiempo que debía abrirse al mundo, pero tenía claro también que dependía tanto de Cuba como de Estados Unidos. La mediación del papa Francisco fue un muy buen bálsamo que permite disimular con elegancia lo que de otra manera habría sido visto como una rendición cubana.

Queda mucho camino por recorrer todavía. Desde cuestiones prácticas como cuándo se reabrirán las embajadas, hasta saber si cada presidente visitará el país de su contraparte. Pero mucho más relevante que eso es definir si el modelo de apertura será al estilo China o Vietnam, naciones que también reanudaron relaciones con Estados Unidos, apostando a una apertura económica pero sin devolver la libertad política.

Como sea, el paso de esta semana es el más largo y profundo de los que se hayan dado en décadas. Ocurre justo el día de aniversario de la muerte, en 1830, de Simón Bolívar, quien contribuyó tanto a la independencia de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Panamá y Venezuela. El anuncio fue casi un tributo en su memoria.

Latinoamérica aplaudía esta semana por partida triple: EEUU y Cuba volvían a entenderse, lo hacían gracias a la mediación de un Papa latinoamericano y el mismo día en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC, anunciaban un alto fuego unilateral e indefinido. 

Buena manera de terminar una semana que empezó en cambio con la brutalidad de dos actos de extrema violencia en Australia y Pakistán, a manos de los yihadistas y los talibanes, respectivamente. Así como la guerra fría terminó, ahora serán esos actos terroristas los desafíos a los que el mundo deberá abocarse.

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