Columna de Alida Mayne-Nicholls: “La mano de Marguerite Yourcenar” de Sonia Montecino y Michèle Sarde

“El pan era la baguette francesa, recubierta a veces de animalitos de mantequilla (conejos, ardillas…) que había fabricado en moldes de madera” (43). Citada por Michèle Sarde, Joan Howard relata una de las tantas comidas que compartió con la escritora francesa Marguerite Yourcenar en su casa de Estados Unidos, a la que llamaba Petite Plaisance. Este recuerdo se quedó pegado en mi mente y me he imaginado los animalitos en mantequilla que Yourcenar preparaba para sus invitados a tomar el té. Por un lado, la cita da cuenta del nivel de detalle que entrega La mano de Marguerite Yourcenar sobre las rutinas culinarias de la escritora y ensayista. Por otro, me pareció que grafica muy bien la preocupación de Yourcenar, en el sentido de que cocinar no es solo un placer en sí mismo, sino que el compartir y servir una comida implica preocupación por los demás (familia, amigos) y, en definitiva, amor.

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Michèle Sarde y Sonia Montecino son las coautoras de este libro que se lee en distintos niveles. Por una parte, entrega el libro de recetas de Marguerite Yourcenar. Pero también representa un estudio acerca del recetario de la escritora y también de sus hábitos y ética alimentaria, de su cotidianeidad, al tiempo que se preocupa de realizar conexiones entre la obra de Yourcenar y sus propias creencias alimenticias, en particular los nexos con su novela Memorias de Adriano; al respecto Sarde propone que muchas de las palabras que Yourcenar pone en boca de Adriano en relación con el comer son en realidad las creencias de la propia escritora.

Un lector o lectora podría preguntarse qué importancia tiene el recetario de Marguerite Yourcenar. Un libro como este no denigra la obra intelectual de la escritora francesa; por el contrario, nos habla de que distintos aspectos de la vida son relevantes y que no solo lo que proviene del cerebro constituye una producción válida. ¿Pensaba eso Yourcenar? Es interesante que las autoras precisen que el recetario no estaba en la biblioteca de la cocina (donde sí se encontraban los libros de cocina que Yourcenar había comprado), sino que la escritora lo había dejado entre sus otros papeles, tal vez como una forma de ponerlos en perspectiva (son tan relevantes como cualquier otro de mis escritos) o tal vez para que se hiciera público.

En un breve prólogo Montecino y Sarde plantean: “‘La mano’ ha sido sinónimo de la habilidad femenina y su don de transformar lo crudo en cocido” (15). Podemos leer aquello literalmente: tomar ingredientes y transformarlos en una comida, como se hace al amasar y hornear el pan, por ejemplo. Pero también hay ahí una metáfora: la mano que escribe toma las palabras y las “cocina”: crea una obra, ya sea literaria, ensayística, crítica. Las autoras leen el recetario de Yourcenar desde el feminismo y plantean que la mujer habita los espacios cotidianos y también los intelectuales, de tal manera que puede manejar el lenguaje y la cocina al mismo tiempo: “con la misma mano que se escribe, se amasa el pan todos los días” (16).

Al leer el recetario de Yourcenar pienso en Michel de Certeau y la idea de que “hacer-la-comida” está en la base de la novela familiar, y más allá de los ensayos que ayudan a situar el libro de recetas, también se puede leer desde los mismos textos que se transcribieron para este libro. En ese sentido, uno de los aspectos que llama mi atención es que se nota que el recetario es muy personal porque muchas veces carecen de instrucciones detalladas. Eso muestra que las recetas estaban dirigidas a ella misma, que la escritora las manejaba, las conocía y por eso no necesitaba mayores explicaciones. Pienso en mi propio cuaderno de recetas y veo lo mismo, a veces listados de ingredientes, pero no siempre, y muchas veces apenas algunas indicaciones. Pero cuando le doy la receta a alguien, agrego múltiples detalles y comentarios que la práctica me ha enseñado. Aprecio que las autoras transmitieran las recetas de Marguerite Yourcenar tal cual ella las escribió o pegó (algunos fueron originalmente recortes); pero me pregunto cuál es el objetivo de este libro: ¿conocer los hábitos, la novela familiar de Yourcenar? ¿O también poder cocinar sus recetas? Si se opta por incluir el recetario en su integridad, entonces debe haber una intención de que las recetas se realicen; entonces hubiera sido bueno que las recetas se probaran y se incluyeran comentarios o explicaciones en aquellas instrucciones más bien oscuras. De todas maneras, es un libro interesantísimo, bellamente editado y que nos recuerda que amasar el pan es tan noble como escribir una novela.

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