Columna de Magdalena Piñera: Lecciones del Caso Dávalos

Decir que “Chile cambió” porque hoy la ciudadanía está más consciente de sus derechos, es más exigente y por tanto está más “empoderada” se ha convertido en uno de los clichés más repetidos por nuestros políticos de derecha e izquierda. Sin embargo, los hechos y reacciones relacionados con los casos Penta y Dávalos, demuestran que la política chilena aún no comprende cabalmente qué significa realmente una ciudadanía empoderada.  

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Es así como, una vez hecho público el escándalo conocido como “Nuera Gate”, el Gobierno intentó durante una semana y sin ningún éxito resolver este conflicto entregando muy malas explicaciones.

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Malas explicaciones como decir, por ejemplo, que se trataba de un “negocio entre privados”, negando la existencia de cualquier delito, tratando de comparar este escándalo con el caso Penta o presentando como solución al problema la publicación -tardía e incompleta- de una declaración patrimonial que, en lugar de despejar dudas, terminó sembrando más sospechas y cuestionamientos sobre la actuación de todos los involucrados.

Mientras en La Moneda esperaban que estas maniobras desinflaran el caso, con el paso de los días, sucedía exactamente lo contrario pues la opinión pública conocía más detalles sobre cómo una sociedad como Caval, con un patrimonio de apenas 6 millones de pesos, logró obtener un multimillonario crédito gracias al cual realizó un muy lucrativo negocio que enriqueció, HYPERLINK “x-apple-data-detectors://0” de la noche a la mañana , a sus gestores. 

Las sospechas y rumores de que este caso encerraba la eventual presencia de un presunto tráfico de influencias y posibles conflictos de interés, abuso de poder y uso de información privilegiada, crecieron desproporcionadamente ante el inexplicable silencio y ausencia de los máximos dirigentes de la Nueva Mayoría.

Finalmente, la imprudencia de Dávalos, las malas explicaciones del Gobierno y la pasividad de la Nueva Mayoría terminaron por causar la caída del hijo de la Presidenta -un hecho inédito en nuestra historia republicana- y lo más grave: un golpe más al prestigio y credibilidad de nuestra alicaída política. Y es sobre este último efecto sobre lo que deseo hacer una pequeña reflexión.

Así como las “detenciones ciudadanas” son una manifestación de la alarmante desconfianza que siente la ciudadanía sobre la acción de la Justicia, la creciente valoración de caudillos populistas es uno de las consecuencias más graves de la pérdida de confianza de un país en su política.

Y lamentablemente ambos síntomas están presentes hoy en Chile. La experiencia que han vivido otros países nos enseña que cuando una sociedad se cansa de ser testigo de décadas de corrupción, enriquecimiento ilícito y abusos de poder, termina creyendo en que la única salida posible es elegir a aquellos líderes que se presentan como enemigos de la política tradicional y que ofrecen transformaciones refundacionales.

En Latinoamérica conocemos bien a estos caudillos populistas que, sin importar si son de derecha o izquierda, una vez elegidos han terminado destruyendo la democracia y la economía de sus naciones.

Desgraciadamente, Chile no está a salvo de este peligro pues en el último tiempo también han emergido liderazgos que se han construido sobre discursos demagógicos, mesiánicos y antisistema.

Para enfrentar esta amenaza, recuperar la confianza de la ciudadanía y rehabilitar la política no basta con fortalecer y hacer más exigentes las normas sobre transparencia y probidad pública.

Hacer lo anterior es el “desde” porque también es indispensable que los partidos políticos promuevan dentro de sus colectividades conductas éticas a través de sus tribunales de disciplina, declaraciones de principios y procesos de formación política de militantes y dirigentes.

La mejor forma de detener y revertir el creciente desprestigio de la política y así salvaguardar nuestra democracia no se reduce sólo a hacer más y mejores leyes sino también en cultivar más virtudes. Sí, virtudes, pues aunque parezca ingenuo decirlo es indesmentible que la práctica de una virtud como la templanza pudo haber evitado que la codicia arrastrara a unos pocos a cometer los hechos que hoy estamos lamentando.

Y a veces hay algunos que tienen más responsabilidad en ejercerlas y ser un claro y fuerte ejemplo para la ciudadanía, porque sabio es el dicho que “la mujer del César no sólo debe ser honrada sino también parecerlo”.

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