Columna de Francisco de la Maza: Descentralización: un camino a la modernidad

Uno de los grandes problemas que vive el Chile actual -entre muchos- es el desencuentro entre una ciudadanía que reclama mayor libertad y mayor autodeterminación y un gobierno que por su ideología camina hacia el estatismo y a un esquema de administración hipercentralizado. Basta una rápida mirada a la serie de reformas que ha propuesto la Nueva Mayoría para concluir que detrás de ellas hay toda una estrategia para darle mayor poder al Estado y a su burocracia.

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En el mundo moderno las recetas centralistas han fracasado rotundamente porque ese esquema es contrario al desarrollo, al crecimiento económico y a la búsqueda de una mejor calidad de vida para los ciudadanos. Hoy existe la convicción de que mientras más grande es el Estado, más aumenta su ineficiencia y más se aleja de la posibilidad de generar políticas públicas acordes a las necesidades de las personas.

¿Y por qué es necesario descentralizar?
La respuesta es obvia. La descentralización permite transferir a los gobiernos locales, específicamente a las municipalidades, la responsabilidad de su propio desarrollo. Cada ciudad o cada comuna presenta características propias y por lo tanto, los proyectos deben orientarse y materializarse de acuerdo a las necesidades de cada una.

Las Condes es una comuna que muestra un grado de descentralización. Ello ha posibilitado realizar reformas notables en los campos de la salud, la educación, la cultura y en otras áreas importantes para la comunidad. Y los buenos resultados no son sólo producto de los recursos que posee, sino que principalmente de una buena gestión, de voluntad política y de un trabajo bien realizado.

La serie de desastres naturales recientes han sido un buen ejemplo de que el Estado es inoperante. En los aluviones del norte o en las actividades volcánicas del sur ocurrió lo mismo: intendentes, gobernadores y alcaldes con las manos atadas, sin ninguna posibilidad de solucionar los problemas urgentes de la comunidad, a la espera de las decisiones del poder central a cientos de kilómetros de distancia. Si tuviéramos un sistema descentralizado, las regiones, las provincias y las comunas podrían haber actuado de manera autónoma, con prontitud, focalizando sus acciones acorde con las necesidades locales.

El centralismo se opone al modelo que adoptó este país y que ha permitido su integración al mundo desarrollado. En Chile, los servicios que entrega el sector privado, como telecomunicaciones o retail, son comparables a los que se conocen en los principales países del mundo. Sin embargo, los servicios que ofrece el Estado -educación, salud, transporte público o cuidado del medioambiente- bien podrían comparase con los que poseen las naciones subdesarrolladas.

Las recientes reformas impulsadas por el Gobierno no abren paso a la descentralización y, por el contrario, harán crecer el tamaño del Estado, con más burocracia, más oficinas, más funcionarios y más gasto fiscal. Eso es caminar en el sentido contrario a la modernidad, porque no sólo tiene un elevado costo para una economía bastante deteriorada, sino porque atenta en contra de la libertad de los ciudadanos.

Los países que propiciaron el centralismo y el estatismo se autodestruyeron durante los últimos años del siglo XX. Chile también cayó en esa tentación a comienzos de la década del 70. No fue una buena experiencia para nadie. Y si no lo fue, no parece conveniente repetirla.

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