Columna de Alida Mayne-Nicholls: "Lungue"

A esta novela le di una segunda oportunidad. Cuando comencé a leerla la primera vez tal vez estaba esperando que fuera otro tipo de texto –a pesar de que siempre me digo que no hay por qué esperar cosas que el autor no tiene intenciones de dar–; tal vez estaba muy concentrada en otros trabajos específicos. No importa la razón; el asunto es que no logré conectarme con Lungue. Sin embargo, cuando volví a tomar el libro y releí los mismos pasajes que antes me habían detenido, pude observarlos con otros ojos y adentrarme en este relato pausado, selectivo, aunque detallado, de la vida de los Mendiburu, una familia latifundista y acomodada de Longaví.

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El escritor Juan Pablo Rozas relata la vida de tres generaciones (y otra generación que queda a medias) de los Mendiburu; vidas que están íntimamente ligadas a Lungue, la hacienda familiar. No son vidas notables ni se recuerdan hitos impresionantes; sino que se narran pequeños momentos; más que situaciones se presentan sentimientos, formas de ser y, claro, una forma de vida que va descascarándose a medida de que avanzan los tiempos. El narrador no se desvive en fijar los eventos ni indicar fechas, pero sí da pistas que permiten ver cómo la vida del hacendado va quedando atrás y cómo se desdibuja la idea del patrón. Desde el punto de vista político se construye, entonces, un punto de vista interesante, porque si bien estos hacendados se oponen, por ejemplo, a los cambios a la propiedad, no hay una voluntad de presentarlos como individuos intachables ni hacer del suyo un discurso oficial; tampoco la de destruirlos. Así las primeras páginas que parecieran construir las típicas figuras del patrón de fundo abusador, se van complementando y complejizando.

A la larga pareciera que Lungue es un lugar maldito, que exige soledad a quienes se dedican a ella. Tal vez es la familia la que está maldita, condenada a desaparecer a través de las enfermedades, la vejez y la desconexión con la realidad. “En todas las casas de antes penaban, una casa sin ánima en pena era una casa incompleta, una media casa” (56-57) dice el narrador. Es una entrada para hablar de la casa santiaguina de los Mendiburu que tendría el espíritu de un chino. Pero la que realmente tiene abundancia de ánimas en pena es la hacienda, más de las que cualquier propiedad puede soportar. El relato se construye desde lo íntimo, con una narración que muestra que el paso de los años no significa cambios abruptos para quienes los viven, así pareciera que los personajes estuvieran más bien detenidos en el tiempo, mientras el mundo sigue girando más allá de los límites del fundo. Hay un cuidado en el estilo y el tono de la narración, que se hace voz en un personaje que conoce a la familia por dentro –de allí puede que venga el tono desprejuiciado–. Hay un gran cuidado por el detalle, por buscar las palabras correctas que describan situaciones y emociones. Lamentablemente la edición no está tan bien cuidada.

El libro como objeto es hermoso, pero hay muchas faltas de ortografía y puntuación, que me sacaban constantemente de la lectura fluida. La profusión de comillas para distintos usos debiera cuidarse también, especialmente en un texto en que se juega con las voces de distintos personajes. De todas maneras, es un libro bien escrito y que vale la pena leer; también vale la pena darle nuevas oportunidades a los textos, que van transformándose junto con nuestras lecturas.

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Rozas, Juan Pablo. Lungue. Santiago: Chancacazo, 2014.

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