Columna de Felipe Avello: Público

“Un hombre común debe conocer sus límites… Un hombre inteligente, en cambio, debe saber que no tiene ninguno”, así me dijo la vendedora, mientras me mostraba un pantalón pitillo que me calcé con dificultad; luego me pasó una polera, remera dijo, también apretada, small. Yo hasta ese entonces usaba medium; digo, hasta ese entonces.

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De eso han pasado 10 años. Hoy sigo vistiéndome así, con pitillos, o a veces con súper pitillos, siempre apretadito; me siento bien y creo que eso se irradia, cuando subo al escenario (bares nomás) siento como la tela del pantalón marca mi virilidad. Me gusta, me gusto.

En el escenario soy feliz, el lugar da lo mismo, aunque el escenario sea un taburete, un desnivel en el piso al lado del DJ o del barman. O aunque haya 20 personas, 30, o menos de 10. Éste no es el Teatro Nescafé de las Artes, ni hay afiches pegados por la calle.
 
No es obra, no es una representación, por supuesto que no es música, quizá un poco drama, tampoco es una charla, podría ser una clase, pero parece que no llegó el profesor y nadie se sabe la materia. Y no es cómico.

Ustedes, en tanto, son mi compañía, pero son público, no olvidar, sólo eso, público; meros espectadores de una ceremonia protagonizada por otro. Yo.

Te cuento; eres sólo un actor de reparto, secundario. Aplaude, ríe o sólo mírame, o ni siquiera; mejor no me mires, conversa incluso con la que tienes al lado, o finge que no me miras, y conversa, y habla fuerte, me da igual, aunque mejor quédate callado. Le voy a pedir el Whatsapp a tu polola, ¿o es sólo tu amiga? ¿pero te gusta?

Nunca más la lleves a ver este tipo de show, anda a ver la película de los mineros, mejor. O llévala a ver stand up comedy, ahí se van a reír harto. Aquí en cambio, nadie se ríe; sólo yo un poco, y muy pocas veces.

Ahora baja la cabeza, ya sabes quién tiene el control. Otro día te vamos a ir a ver a ti, organízate un show, llámate a tus amigos del colegio, organicen un karaoke, y tómense los tragos.

Ahora mírame; tú me ves clarito, yo alcanzo a distinguirte entre la penumbra; sigue con tu cita, con tu club de Tobi, con tu noche de chicas. Pero, ojo, ya te dije. Hoy la noche no es tuya. Aquí nunca la noche es tuya.

Termina el espectáculo y me pides una foto, “por supuesto”, digo; te abrazo y te siento, y sonrío; nuestra amistad va a durar tan poco; seas más alto o más bajo, siempre te verás más chico, y menor. Es tu amiga la que nos saca la foto; o está nerviosa o no sabe operar un celular. Se demora, el abrazo dura más de lo que quisiéramos. Ahora se intercambian, ahora es ella la que posa, y tú el fotógrafo; sutilmente me roza con lo que tiene; te das cuenta, nos estás mirando por la cámara; no me dices nada.

Y mañana hay otro show, todo sea por no trabajar en la tele y poder levantarme a las 3 de la tarde.

Me gusta, me gusto.

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