Columna de Nicolás Copano: La vida con Bonvallet de fondo (1955-2015)

Dicen que no hay muerto malo, por eso, mejor es pensar a Bonvallet. Desde ser compañero de trabajo y de rubro. Desde discrepar. Pero ante todo con mucho respeto. Vamos por parte.

1.- Bonvallet fue uno de los primeros tipos que quebró el estándar ochentista comunicacional: decía cosas que los otros no se atrevían. Era rompemoldes e instalaba el extremo para que en el noticiario de medianoche dijesen cualquier barbaridad. En medio de la transición, era imposible detectar a los conservadores, porque hasta la izquierda era conservadora a tal punto que como candidato del “No” se impuso a Patricio Aylwin que fue el “Sí” en los 70.

Desde ahí, Bonvallet se nos reveló en la clásica entrevista que hizo a Pinochet. Estaba del otro lado. Una entrevista mitificada. Siempre se dijo que había una parte no emitida. Se lo pregunté: “No es así, lo que ves es lo que hay”.

Como Villegas en “Tolerancia Cero”, con el paso de los años se nos reveló con cierta alma policial. Pero no lo detectamos. En su momento, se nos pasó. Y cuando nadie quería decir que era así, estaba ahí. Como la Maldonado. ¿Está bien o mal eso? No lo sé, pero desde esa lógica se construye la “consecuencia” que le gusta mucho al chileno.

Él mismo me lo dijo en un café que me quedó a fuego: “Yo admiro la consecuencia de Allende, ése era de verdad”, como una virtud de seguridad en un país inseguro donde se cae todo con un terremoto o un aguacero. Yo discrepo de eso en lo personal: Hitler era recontraconsecuente desde ese punto de vista. Y Hitler era un gran HDP. Y a mí eso no me gusta.

No deja de ser increíble que Bonvallet se nos vaya justo cuando Villegas asume su posición de vendedor de jeans y se va de la tele. Nuestra infancia, lo que ayer creímos transgresor, cierra la puerta.

Su muerte es un llamado a la adultez.

2.- Desde ahí, Bonvallet era un profundo admirador de la autoridad. Era un fanático del método. Era un crítico del desorden. Su error era, a mi parecer, atribuirlo a un modo más que a un ethos. Era un conservador Eduardo. Y por eso también era un tipo educado si tú lo reconocías desde esa esquina.

Era un “permiso, por favor, gracias”.

Quedan pocos.

3.- En la radio siempre nos saludábamos con cordialidad. Bonvallet terminó alojado en el edificio de la radio. Se preocupaban mucho de él: cuando nadie lo iba a ver, cuando seguía pagando su cáncer, cuando estaba extrañando a sus hijos, mis compañeros de labores estaban atentos. Cuando salen con que “lo iban a echar” yo te lo digo y aquí pongo mi carita de garantía: eso no iba a pasar. Tenía una casa cuando no había una. Esas eran las 5 horas de radio: el formato que amaba.

4.- Una mañana, luego de una reunión de planificación de futuro, estaba en el Tavelli y un hombre con una parka fosforescente estaba a lo lejos. Yo estaba dolido porque en la tele me estaban tratando pésimo (me estaban reduciendo a un lector de menciones en mi propio programa, cuestión que luego corrigieron y admitieron con mucho respeto y honestidad mis jefes directos) y no sabía qué hacer.

No sé por qué me acerqué a él y me dijo “tómate un café conmigo”. Lo primero que hice fue confesarle que tenía un recuerdo muy bonito de su trabajo: cuando yo era chico en el velador de la cama de mis papás había una radio reloj blanca Casio con números, que sonaba con la alarma y se prendía en la CB114. Radio Nacional. Radio Nacional era extraordinaria, en especial en ese entonces. Luego de que sonara “Castillos en el aire” empezaba una suerte de marcha y comenzaba “Más Deporte” y ahí estaba él, despotricando contra todo.

Luego le conté sobre esos que Violeta Parra definía así: “Yo no sé por qué mi Dios le regala con largueza sombrero con tanta cinta a quien no tiene cabeza”, que tenían tanto aguante por la prensa y me dijo: “¿Conoces a Milton Millas? Milton Millas no sabe nada, pero nada de fútbol, Nicolás, piensa que adentro de la pelota hay un conejo, pero ojo…tiene una gracia… la junta con pala, porque les dice lo que quieren escuchar a los que tienen las luquitas… y después las reparte con sus amigos. Él está mejor que todos nosotros. Yo estoy aquí: he perdido casas, he perdido cosas que me importan, tengo cáncer. Quizá hay que ser más Milton, pero sabes… duermo tranquilo. Aunque no lo crean, duermo tranquilo. Tú tienes que ser feliz en todo caso. Busca tu felicidad siempre. Busca lo que te hace feliz antes de cualquier cosa”.

Por ese diálogo, por ese café que me pagó de su bolsillo, con su caja de Lucky Strike al lado, hoy siento pena. Y veo a tanta gente agradeciéndole su inspiración, sus palabras, su delirio, que lo entiendo.

Quizá somos radicalmente distintos, pero ¿saben?: hoy lo entiendo.

Vivan los locos.

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