Columna de Jaime Mañalich: Salud y adherencia

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, reza la definición adoptada por la OMS en 1946.

Desde entonces, esta concepción, evidentemente obsoleta, no ha sido objeto de modificación. No se ajusta a tiempos en que las causas de enfermedad más frecuentes están vinculadas a padecimientos crónicos, condiciones, o hábitos que una vez declarados, acompañan a las personas por el resto de sus vidas. Probablemente sería más adecuado decir que salud es un proceso, la búsqueda de un equilibrio inestable entre el individuo y su medio que le permita la mejor calidad de vida posible y el máximo desarrollo de sus capacidades.

En este siglo, la mayoría de la población adulta está afectada de una o más enfermedades permanentes, no agudas, que hacen difícil la búsqueda de este equilibrio, y que requieren de la colaboración y empoderamiento de los pacientes y sus familias. Así, el “paciente” no puede ser más la persona que espera pasivamente por la solución de un problema puntual, sino que se transforma en un “agente”, activo y partícipe de su cuidado.

El desafío más grande de esta perspectiva es la adherencia. No basta con garantizar acceso a la atención de salud, sino que se requiere que luego las personas hagan suyas y sigan las indicaciones que se han acordado. Esto es, que el paciente y su entorno decidan de nuevo, todos los días, tomar los medicamentos cuando y como corresponde, elegir la dieta adecuada, hacer la actividad física que necesitan y comprendan de su enfermedad y su manejo.

La tarea es inmensa, porque requiere un nivel de alfabetización en salud que los sistemas de atención no proporcionan. Sin el involucramiento de la comunidad que acompaña al enfermo, no hay éxito posible.

Los estudios hechos por nuestro Instituto muestran que los pacientes crónicos no comprenden indicaciones simples porque se usa un lenguaje técnico ininteligible; no saben cómo administrarse medicamentos; no distinguen complicaciones iniciales de su enfermedad y no se atreven a aclarar sus dudas.

El resultado es que la adherencia a tomar los medicamentos es inferior a la mitad de los casos. ¿Qué sentido tiene hacer esfuerzos por diagnosticar enfermedades con buenos tratamientos si la mayoría de las personas no los seguirá?

Educar para el manejo de la enfermedad crónica debería ser una parte esencial de los programas de salud primaria. Y tanto o más relevante, enseñar a los profesionales de salud a hablar en un lenguaje simple, lejos del paternalismo y la soberbia que son compañeros inútiles para la nueva definición de salud que se ha esbozado.

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