Columna de Joel Poblete: “Guagua cochina”, riesgos y sorpresas

En menos de una década y con una carrera fílmica que ya abarca seis largometrajes, el cineasta y guionista chileno Sebastián Silva ha desarrollado un estilo y una forma de abordar visual y narrativamente sus historias, que no sólo lo hacen destacar notoriamente en el contexto del cine chileno, sino además le han permitido obtener el reconocimiento en el panorama internacional, en particular en el circuito independiente estadounidense y la competencia World Cinema del Festival de Sundance, donde fue premiado tanto por su elogiada “La nana” como por “Crystal Fairy y el cactus mágico”, y en cuya próxima edición estrenará un cortometraje.

Y fue precisamente en ese certamen donde este año debutó mundialmente este nuevo filme, que también participó en el Festival de Berlín, donde ganó el premio Teddy.

En esta ocasión, Silva asume nuevos riesgos, partiendo por interpretar al protagonista y además filmar por primera vez un largometraje fuera de Chile, a pesar de las conexiones que conserva con nuestro país, tanto en algunos nombres del equipo artístico y técnico -como el director de fotografía Sergio Armstrong y la montajista Sofía Subercaseaux- como en el hecho de que tanto su personaje, Freddy, como su hermano “Chino” (interpretado por el hermano en la vida real de Silva, Agustín, quien ya ha aparecido en otros títulos suyos) son chilenos viviendo en Estados Unidos, quienes en algunas oportunidades aprovechan de soltar algunos chilenismos en medio de los diálogos en inglés.

La historia se centra en dos inquietudes de Freddy, un artista que vive con su pareja, el tranquilo y amable Mo, en un bonito departamento en Brooklyn: por un lado, poder convertirse en padres gracias a la ayuda de su mejor amiga, Polly, y por otro, una suerte de cortometraje-performance que está desarrollando para una galería de arte, en la que precisamente piensa reproducir e imitar la gestualidad y comportamiento de los recién nacidos.

Con frescura, una mirada ingeniosa y lúdica y un buen uso de las locaciones neoyorquinas, Silva cuenta con un sólido elenco de actores secundarios estadounidenses y desarrolla su relato con un tono de comedia de costumbres, en la que aparecen de nuevo algunas constantes de sus anteriores títulos: cierto humor absurdo y situaciones juguetonas -acá contextualizando temáticas tan interesantes y actuales como la paternidad gay-, así como su detallista estudio de personalidades y relaciones humanas que define a sus personajes a través de gestos, miradas, actitudes y silencios.

Pero el director tiene reservada más de una sorpresa para el espectador, y como ya ha ocurrido antes con otros filmes suyos, los giros de la trama y la forma en que concluye no convencen por completo, aunque hay que reconocerle su riesgo al introducir variaciones en el tono amable que predomina.

Puede que el resultado final no sea ni muy sutil ni tan divertido como parecía, o que el protagonismo del propio Silva no sea para todos los gustos, pero de todos modos esta “Guagua cochina” es muy coherente con la libertad formal y creativa que caracteriza su cine.

“Sicario”
Estrenada mundialmente en la competencia oficial del Festival de Cannes, esta nueva película del cineasta canadiense Denis Villeneuve -de quien en la cartelera local hemos visto antes “La sospecha” e “Incendies”- ha sido uno de los títulos más elogiados del año, y merecidamente. Puede que esta enésima mirada a las problemáticas de las redes de narcotráfico entre Estados Unidos y México tenga muchos elementos que ya hemos visto en producciones anteriores, pero las buenas actuaciones del elenco, la atmósfera de tensión que consiguen mantener el relato y sus movimientos de cámara, así como la particular y enrarecida visualidad lograda gracias a la notable fotografía de Roger Deakins, conforman un film que perturba, merece ser visto y confirma el innegable talento de su realizador.

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