De repente planificamos sin pensar. La idea de un futuro premiado de ocio reconforta nuestro ánimo. Allá, más siendo el procastinador, cuánto mayor el vértigo de la dilación en su tiempo; y si, al contrario, el sujeto actúa pronto, más acotado es su tiempo y -por ende- fingida su dramática libertad, piensa.
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No obstante el plan, de súbito, se nos viene encima, reaparece en nuestro horizonte, así como la puesta de sol que una vez más, bien lejana, bien cercana, es la que invieste ese residuo de alma indignada por la desidia, cuando al fin nos va quedando al cobijo del fuego, fuego que ante la mirada hacia el confín del mar se encuentra añorando el día para el silencio y la contemplación absurda del tiempo que ya pasó, ahí sobre la roca que te asienta en el espacio que divide a los dos tiempos de tu ser y de tu no ser. En ese tiempo el cuerpo vuelve a reclamar su tierra, su invencible niñez, con su voluntad espúrea y vigorosa.
Y en ese instante se produce el quiebre; la identidad flaquea en su tambalear. Pues esto ocurre en el encuentro de la tierra con el sueño, porque aquélla permanecerá, mientras que éste se desvanecerá ya para la próxima vigilia. La ansiedad que genera este eventual desencuentro entre sueño y ebriedad y razón pura, ceden al drama superior que viene siendo la tensión entre estos dos estadios.
El neurótico devora su tiempo y el ocioso es arrasado por el suyo, no obstante ambos temen a la devoración última de Cronos, el titán.
Pero hoy la consigna consiste precisamente en burlar al coloso, según nuestra propia medida, y romper ese “maldito” principio de individuación, para permitirse el lujo de apreciar, cambiando las partes por las partes, la realidad, y ésta a la luz de perspectivas psicodélicas al menos, si no alteradas de la conciencia doméstica normal, cambiándola –decía- por el ensueño.
Me pago de mí mismo para zanjar que este tiempo burgués es el derecho conseguido como una entidad de duración temporal propia de mi personal persona.
He decidido que mi supuesta vacación será una forma anárquica, y por decreto en consecuencia, inalienable. No toleraré la tiranía de las minucias ordinarias; impondré mi heterodoxia, cueste lo que cueste.
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Sin embargo –antes he insinuado-, las partes se enrevesaron, y los planes vinieron después que las acciones… como que la realidad avasalló a los sueños.
No me quejo. Me supe proteger de los chupasangres, de comeorejas, aguafiestas y, con esfuerzo, del clásico mareaperdiz… al menos en el sueño del plan.Todos parece que a la par me atacaban, todos, sin consideración por mí, ni menos (ridículamente) entre ellos. Así y todo, también fui expropiado en mis parajes ensueño, pese a no considerarme a mí mismo en ningún extremo de la neurosis poblacional.
Llegaré al “cero” algún día: así suelo engañarme… al aislamiento radical. Pero todo seguirá igual, me digo, y me reservo el engaño como último recurso, el último rodeo antes del próximo circuito informe que define mi sastre caprichoso. Siempre recela de la próxima medida; pues su diplomacia recae en el desgaste que los ropajes toleran al tiempo.