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Columna de Nicolás Copano: Las Vegas es así

Hace 48 horas estoy en Las Vegas y no siento frío ni calor. Mi hotel es el mítico MGM Grand, donde entre peleas de la UFC y shows musicales para millonarios, máquinas tragamonedas y mesas de Blackjack, pasan las horas y te mareas al no saber qué hora es.  Todo está de noche desde que llegué a las 9:00 AM a esta ciudad donde la esperanza de supervivencia de la humanidad parece infinita: en medio de la nada se ha construido un refugio como si fuese una base espacial en Marte.

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Para pasar de un hotel a otro, donde la estructura es similar (casinos, restaurantes, tiendas), hay subterráneos y monorrieles. Nunca hace calor ni frío. Es un lugar sin horario.

Tengo la cabeza quebrada y no es por la fiesta. En mi cerebro operan tres usos horarios. Me siento corriendo en una máquina del tiempo. A veces en el futuro: acá estoy cubriendo la CES, donde se presentarán los avances tecnológicos del año.

 Los nuevos móviles y aparatos que harán que nuestras.computadoras de escritorio sean fósiles de técnicos están aquí. Todos compiten por dominar el mundo en un momento en que ya no hay países: en mi mesa converso con una francesa que habla perfecto inglés y una norteamericana que habla español mejor que varios chilenos.

Son las 5 de la tarde en Las Vegas. En Santiago, las 10 de la noche. Pero en Las Vegas es de noche desde las 9 AM. En cambio, en Santiago siempre serán las 11 AM. aunque sean las 11 de la noche.
Igual estoy conectado. Igual recibo la alerta. Pero todo importa tan poco cuando descubres Estados Unidos una vez más. Es que como dijo Aqua, “la vida plástica es fantástica”.

Por eso me importa tan poco Burgos y sus guerras y menos aún Mariana Aylwin: seres que aquí en Nevada manejarían taxis. Por eso aún me importa menos Alex Kaiser, del cual se cagarían de la risa en una sucesión de Late Shows si Providencia fuera el Nueva York que soñamos en el progresismo. Parece ser que Las Vegas es una ciudad sin tiempo. Es un sábado feriado con malls abiertos todos los días, hasta en sus esquinas más miserables. Todo parece un Maipú enorme mezclado con un Disneylandia para adultos. En cada rincón, un pedazo de mentira, entregado con alegría. Es un mundo donde todos se sirven, todos agradecen, todos esperan la muerte entre los carteles de neón chino.

Como la “Canción de Hollywood” de Charly García, tengo que volver al sur esta semana y por tanto debo disfrutar cada cuadro y conversar con cada taxista (ya me tocó un israelí y un cubano), pienso, mientras estoy en la cola del Wallmart, donde me acabo de comprar 22 piezas de ropa por menos de 200 dólares, firmadas por Bahrein y San Salvador, y a pesar de que siento que estoy “hackeando el capitalismo” para pasarme de listo, al final estoy haciendo trampa.

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“Todo este Karma va a volver” dice mi cabeza, en el instante en que baje de mi habitación a la ciudad gigante donde estoy alojado (en el MGM Grand, que tiene a David Copperfield como un ícono de la ilusión/estafa como huésped principal) y ponga 10 dólares en una máquina de colores que no voy a entender y los pierda. Como he perdido tantas veces plata en juegos de Facebook y jamás recuperé. Como tanta vida. Como todo lo que maravilla y asusta. Viva Las Vegas.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro

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