El gobierno saudí lo sabía: la ejecución del clérigo chiíta Nimr al Nimr tendría el efecto de una descarga eléctrica en Irán y en el conjunto de la comunidad chiíta, que representa 15 por ciento del mundo musulmán. Tan previsible era que los saudíes, que habían recibido peticiones de Ban Ki-moon, Secretario General de Naciones Unidas y de altos diplomáticos estadounidenses de no degollar al popular clérigo, procedieron a un acuartelamiento en anticipo a posibles desórdenes.
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La respuesta a la ejecución de 47 individuos, entre los que destacaba Nimr, fueron manifestaciones en Teherán que culminaron con la quema de la embajada saudita en Teherán. Ante ello Riad procedió a cortar las relaciones diplomáticas con Irán. Bahréin, cuya monarquía fue rescatada por tropas sauditas en 2011, siguió el ejemplo junto a Sudán. Otros países como Kuwait han rebajado el nivel de sus representantes diplomáticos ante Irán.
La escalada del choque entre sunitas y chiítas extiende una sombra amenazante sobre los conflictos del Medio Oriente. En los hechos, la lucha de las facciones religiosas se funde con la disputa por la supremacía regional entre Irán y Arabia Saudita. En la actualidad hay tres focos bélicos activos en la región.
El mayor es el de Siria, donde desde hace cinco años se libra una guerra civil entre fuerzas rebeldes, en su mayoría islamistas, y el gobierno del Presidente Bashar al Assad. El grueso de los que luchan contra el régimen son sunitas que buscan deponer a los alauitas, una facción del chiísmo a la que pertenence Assad.
Los militantes del Estado Islámico (EI), sunitas muy próximos al wahabismo imperante en Arabia Saudita, están a la vanguardia de la lucha contra los chiítas tanto en Siria como en Irak que es el segundo foco. En este último país los chiítas son la mayoría y han maltratado a la minoría sunita desde la caída de Saddam Hussein en 2003, que era uno de ellos. La fortaleza del EI descansa en buena medida en ser percibido como el protector de los suníes.
El tercer punto de choque entre Arabia Saudita e Irán es en Yemen. En marzo del año pasado, Arabia Saudita inició una campaña de bombardeos aéreos en Yemen. Los saudíes, con diez países aliados en su mayoría Emiratos, pero que incluyen a Egipto y Marruecos además de Estados Unidos, que brinda inteligencia y apoyo logístico, desencadenaron el conflicto a escala internacional.
Los saudíes pretenden frenar el avance de las fuerzas huthis que son habitantes del norte del país que practican una variante del islamismo chií. Riad se considera el líder del islamismo sunita y, por lo mismo, como el enemigo de la expansión de la influencia chií propugnada por Irán.
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Es improbable que Irán y Arabia Saudita se enfrenten militarmente en forma directa. Pero pueden incrementar su apoyo a las distintas facciones que combaten en cada uno de los conflictos. Las lucha sectarias, avalada por Riad y Teherán, ya ha dejado cientos de miles de muertes y millones de personas desplazadas.
La vieja enemistad entre chiítas y sunitas
Las dos mayores corrientes del islamismo nacen con la muerte del Mahoma en el año 632. El chiísmo, que significa facción, estimo que el sucesor del profeta debía ser un miembro de su linaje. Los sunitas, que constituyen 85 por ciento de los musulmanes, estimaron que correspondía elegir a uno de sus estrechos colaboradores. Y así fue. La rivalidad entre ambas facciones ha permanecido a lo largo del tiempo sin mayores fricciones. Pero ganó fuerza luego de la revolución iraní en 1979. Entonces algunas monarquías suníes temieron la expansión del fervor revolucionario chiíta.
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