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Alejandro Aravena, quién se adjudicó el Premio Pritzker de Arquitectura de este año, estuvo detrás de proyectos sociales como “Villa Verde” en Constitución y “Quinta Monroy” en Iquique. Años después de recibir sus casas, sus habitantes nos cuentan cómo les cambió la vida.
Un trabajo de primera línea mundial, un reconocimiento que ningún arquitecto chileno había obtenido, y una labor social que ha sido la base de muchas de sus obras. El premio que recibió Alejandro Aravena se anunció en Chile esta semana y fue recibido con sorpresa entre quienes jamás habían oído hablar de su trabajo, y como un reconocimiento necesario para quienes conocen de cerca su aporte a esta disciplina.
El profesional chileno, ganador del Premio Pritzker -considerado como el «Nobel» en el área- ha sido artífice de una serie de proyectos de viviendas sociales en nuestro país, uno de los puntos destacados de su labor. Detrás de estos reconocimientos, ¿cómo vive realmente la gente que habita las casas creadas por él?
Jocelyn Campos (34) es secretaria de una de las dos juntas de vecinos de “Villa Verde” en Constitución. Según cuenta a Publimetro, cuando llegó hace dos años a su vivienda la embargó una sensación de orgullo, especialmente “porque este proyecto fue ideado para hacernos la vida más fácil en temas de ampliación y modelo”.
En esa villa existen 484 casas dividas en dos tipologías: una habilitada para ser ampliada en el segundo piso y otra pensada para la tercera edad y personas con discapacidad, dotada con accesos especiales y que se puede ampliar en un primer piso.
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Cuando el proyecto comenzó, los futuros habitantes del sector tuvieron la posibilidad de visitarlas, ver los pilotos e incluso elegir donde querían vivir. “Cuando habíamos escogido las casas y las visitamos, muchas personas las encontraron chicas, porque eran pocos metros cuadrados construidos, pero yo creo que tener un 40% listo para poder ampliar es maravilloso”, explica Jocelyn.
“Hoy el 60% de las casas de Villa Verde han sido ampliadas, tienen patios, hermosos jardines y algunas cuentan con cuatro dormitorios, lo que para una familia promedio es espectacular”, agrega.
También considera que la vida es “muy agradable” en el barrio y destaca que han sido capaces de organizarse en comunidad y sacar adelante el sector. Así, cuentan con un club del adulto mayor y otro deportivo. “Todos procuramos conocernos y sabemos cuando llegan personas extrañas. Eso me da la seguridad de poder tener a mis hijos jugando afuera”, indica.
De Alto Las Camelias hacia arriba, en la misma Villa Verde, Marcela Espinoza (41) comparte una opinión similar. Dice que cuando vio su casa por primera vez la encontró hermosa, pero matiza que con el tiempo han quedado errores en evidencia: las casas muestran defectos de construcción en el suelo, paneles, planos y las instalaciones eléctricas. “Dentro de la villa ha habido dos incendios por mala instalación eléctrica y también hay fallas en los paneles solares”, describe.
Agrega que el problema más grande que han tenido es que las casas no están “regularizadas” para ampliarse. “La constructora no nos ha dado el plano que falta, por lo que no podemos postular a mejoramientos para nuestras viviendas. Aquí por la lluvia y el viento algunos vecinos han tenido que construir no más”, revela.
Marcela dice que en marzo se abrirá un nuevo fondo, pero no podrán postular. “En la legal, estamos ilegalmente construyendo nuestras viviendas y eso precupa, porque ¿cómo le vas a pedir a las personas que armaron sus casas con esfuerzo y a la pinta de ellos que las hagan de nuevo?”, se pregunta.
El proyecto pionero
Luis Astudillo era el director de «Chile Barrio» cuando ese proyecto comenzó a gestarse. “Después de resolver el conflicto por el terreno, del cielo cayó Aravena y empezamos a analizar cómo darle lugar a 104 familias con presupuesto de viviendas básicas, que contaran con una pieza amplia, cocina y baño”, cuenta.
De esta manera, las viviendas que inicialmente se encuadrarían en blocks de departamentos se transformaron en dos casas en primer piso y tres departamentos dúplex con posibilidades de ampliación.
Praxedes Campos es dirigenta histórica de estas viviendas, que ya tienen 11 años y cuyos pobladores venían de un campamento salitrero de 30 años. Afirma que nadie les ofrecía nada hasta que Chile Barrio, en conjunto con la Universidad Católica -liderados por Aravena- se coordinaron para llevar a terreno las ideas que tenían esbozadas en papeles.
“En ese tiempo nos regalaron 36 metros cuadrados construidos y 18 más para autoconstrucción”, rememora. “Lo que más pedimos fue viviendas seguras, con mucha luz e incluso antisísmicas. Ellos nos presentaron varios proyectos y de tres elegimos este”.
Ya edificadas, las casas soportaron sin problemas dos terremotos, y Praxedes asegura que no se cayó “ni una taza”. “Antes vivíamos en viviendas de cartón que con una chispa se incendiaban y perdías todo. Ahora nuestras casas están perfectamente construidas. Yo tengo tres dormitorios, más uno en suite con 81 metros cuadrados”, se enorgullece.
El proyecto social procuró crear una vivienda dinámica y que no implicara endeudamiento para sus poseesores. Así, cada una de las 93 familias debía pagar 171 mil pesos, “un regalo para la época, porque en Iquique todo vale cinco veces más que en Santiago”, recalca.
Al mismo tiempo, Elemental -el estudio de Aravena- también los capacitó para continuar autoconstruyendo sus viviendas. En total, la iniciativa benefició a casi 450 personas.
“Hoy la gente se siente orgullosa de decir donde vive y ya no nos estigmatizan. Los niños de antes ahora son universitarios, tienen internet y un lugar donde estudiar”, señala.
Praxedes afirma que la vida de barrio mejoró muchísimo, superando una antigua realidad marcada por la delincuencia y el tráfico de drogas. Hoy los cuatro sectores, llamados Conjunto Habitacional Violeta Parra (ex Quinta Monroy) se han transformado en un lugar donde “nadie se avergüenza de dar su dirección y donde no hay cesantía, pues trabaja el hombre, la mujer, el tío, la tía y la abuela. Mi gente solo quiere seguir surgiendo y lograr más”, enfatiza.
Junto con felicitarlo por su premio, la dirigenta resalta que el arquitecto y su equipo “trabajaron codo a codo con nosotros, llegaron a la gente y les creyeron. Sin él no tendríamos nada, porque ningún arquitecto habría querido dibujar este tipo de casas”, finaliza.
PB/MC