En una curiosa coincidencia, en menos de un mes han debutado en la cartelera local tres películas ambientadas en el Estados Unidos de 1952. Pero a diferencia de las nominadas al Oscar, «Brooklyn» y «Carol», «Horas contadas» no transcurre en Nueva York, sino en un entorno geográfico de menor escala: un pueblo costero en Massachusetts. Aunque siendo más precisos, en verdad el epicentro de su historia transcurre en alta mar.
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Adaptando un libro de 2009 escrito por Casey Sherman y Michael J. Tougias, tres guionistas desarrollaron acá un argumento basado en hechos y personajes reales: la arriesgada, valiente y quijotesca misión de rescate que en una pequeña embarcación y en medio de una mar embravecida emprende un puñado de hombres de la guardia costera, para intentar ayudar a los tripulantes de un petrolero que se ha partido en dos.
Y al mismo tiempo, y junto con mostrar la angustiosa situación de los marineros que esperan ser salvados, el film desarrolla un componente romántico, con el que de hecho se inicia el relato: la historia de amor entre el veinteañero que encabeza la misión, Bernie Webber, y su novia Miriam, cuyo futuro matrimonio se ve en riesgo por la peligrosa misión en la que él se embarca.
La inmensidad del océano y la mezcla entre fascinación, aventura y riesgo que invoca ha sido fuente de inspiración para muchas producciones hollywoodenses a lo largo de la historia, en especial cuando se trata de reflejar las épicas dimensiones de un enfrentamiento entre el ser humano y las fuerzas de la naturaleza que se desencadenan.
El ejemplo más masivo y recurrente es sin duda «Titanic», así como recientemente pudimos ver «En el corazón del mar» y es inevitable al ver «Horas contadas» no recordar la muy lograda, humana y conmovedora «Una tormenta perfecta», de Wolfgang Petersen, también basada en un libro inspirado en hechos reales. En este nuevo estreno hay elementos muy similares, como los asombrosos efectos visuales y sonoros para mostrar la furia del mar, y el componente heroico humanizado por las historias de cada uno de los personajes, incluyendo sus seres queridos que esperan su regreso sanos y salvos.
Pero lamentablemente, pese a sus evidentes logros técnicos, «Horas contadas» no sólo no resiste bien la comparación con esos trabajos anteriores, sino además no llega demasiado lejos por sí misma.
Es el quinto largometraje del director Craig Gillespie, en cuya carrera de casi una década destaca especialmente la curiosa «Lars y la chica real» (2007), que permitía lucirse al protagonista Ryan Gosling. Acá nuevamente cuenta con un buen reparto, encabezado por el empeñoso aunque algo tieso Chris Pine y figuras habitualmente sólidas como Casey Affleck y Ben Foster, con buenos aportes de secundarios como los cada vez más ubicuos John Ortiz o John Magaro, a quien en los últimos meses hemos visto en títulos como «La gran apuesta» y «Carol».
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Además de los actores, los otros apartados también están muy bien cubiertos, contando por ejemplo con la fotografía del español Javier Aguirresarobe, que tan buena trayectoria internacional ha hecho al pasar de trabajar con Amenábar y Almodóvar a realizadores como Woody Allen.
O la banda sonora del talentoso Carter Burwell -habitual en la filmografía de los hermanos Coen, y quien acaba de tener la primera nominación al Oscar de su extensa carrera, por «Carol»-, acá tal vez demasiado presente, cliché y manipuladora.
Quizá ahí radica la mayor falla de este estreno: tiene todos los ingredientes para ser un éxito, pero su realizador no logra mezclarlos bien o en la dosis precisa, y parece quedarle grande la historia: por mucho que los efectos especiales sean impresionantes y efectivos -sobre todo si se ve en una sala Imax-, la puesta en escena es plana, la forma de articular el argumento es convencional, esquemática y reiterativa, la edulcorada historia romántica se siente afectada y la película se alarga más de la cuenta, intentando provocar emoción real y genuina.
Buen intento, pero lamentablemente sólo se queda en eso.
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