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Más de 124.000 personas han llegado este año a las costas europeas. Mientras Francia trata de desalojar “la jungla” de Calais, otros miles esperan en Grecia. “Mejor gastar dinero en integrarlos de verdad”, dice Florent Sardou.
Desde hace poco más de una semana, la policía francesa está desmantelando el campamento de refugiados de Calais llamado “la jungla”, al norte de Francia. Existe desde principios de la década del 2000, pero ha sido durante el último año que su población ha aumentado a varios miles de personas.
Todos ellos buscan cruzar el Canal de la Mancha, frontera natural entre el continente europeo y las islas del Reino Unido, y debido al rechazo de los británicos a recibir refugiados sirios, es que han hecho de Calais su residencia temporal.
El 25 de febrero pasado, el Tribunal Administrativo aceptó un orden de desalojo de la intendencia para una parte del campamento (la zona sur), explica Florent Sardou, analista internacional e historiador francés. Y añade: “Los responsables políticos de la zona y el gobierno francés dicen que este desalojo tiene por objeto poner fin a las condiciones de vida inhumanas del campamento. Muchos habitantes de la región se quejan también por la supuesta inseguridad generada por los migrantes”. Los refugiados se resisten y la policía los reprime con balines de goma y gases lacrimógenos.
No se sabe con exactitud cuánta gente vive en “la jungla”: según organizaciones humanitarias, como el Observatorio de Derechos Humanos, serían alrededor de 3.000 personas, pero otros analistas dicen que podrían ser hasta 7.000.
Esta es la última faceta de una crisis que se ha agudizado en 2015, y que para este 2016 no piensa menguar. Según datos que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) liberó la semana pasada, durante enero y febrero de este año la cantidad de personas que se han lanzado al mar Mediterráneo desde las costas del norte de África, de Siria y de Turquía se ha incrementado en casi seis veces a las de los mismos meses de 2015. Y esto, en pleno invierno europeo.
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Mientras reportes de periodistas enviados especiales en Grecia describen la situación como “catastrófica” e “inhumana”, el país helénico, sumido en una profunda crisis de la cual no ha podido escapar, se está transformando en destino final de los refugiados, luego de que los países de los Balcanes cerraran sus fronteras y establecieran cuotas para el ingreso de personas a su territorio, siempre de tránsito; el destino final es Alemania o por defecto, Francia.
“Pero Francia no es considerada atractiva por los sirios”, afirma Florent Sardou. “En 2015, 315.000 sirios solicitaron el asilo en la Unión Europea: solo 5000 en Francia”, agrega. De todas formas, según los datos de Acnur, este año los refugiados de nacionalidad siria componen poco más del 40% del total de inmigrantes.
¿Por qué se quedan en Francia entonces? “El problema fundamental viene de que Reino Unido impide el cruce de sus fronteras a estos migrantes”, dice Sardou. Pese a los llamados de los países del centro de Europa, como Alemania, a la integración de los refugiados, los países del oeste, del este y del norte se resisten, dejando a la canciller Angela Merkel sola en sus intenciones.
Lo último: mientras la semana pasada el presidente de la Comisión Europea, el polaco Donald Tusk, hacía un llamado a los inmigrantes económicos ilegales a que «no vengan a Europa», el gobierno francés mezclaba el tema humanitario de los refugiados de Calais con otro político e incluso económico, centrado en una posible salida del Reino Unido de la UE, a partir de un referendo que se celebrará en junio próximo.
Sardou cree que uno de los problemas (y una solución) está en el uso del lenguaje como constructor de la realidad. “Los políticos europeos tienen que hablar teniendo el sentido de la responsabilidad. Asustan a los europeos, quienes, en su gran mayoría, nunca han visto migrantes. Demasiado se refieren a ellos usando términos inquietantes como ‘bárbaros’, ‘terroristas’, ‘violadores’. Son antes que todo seres humanos que buscan un refugio para salvar su vida”, dice.
Al mismo tiempo, propone un cambio de mirada frente a este problema inevitable: “En una Europa cada vez más vieja, los migrantes pueden ser una bendición. No se trata de ser moralista o idealista: los migrantes son una realidad que durara mucho tiempo. Es mejor gastar dinero en integrarlos de verdad. Construir muros o restablecer fronteras adentro de la UE no son solamente una pérdida de tiempo sino que además es una solución muy costosa económicamente. La unión hace la fuerza: en lugar de desintegrarse, la Unión Europea tiene que encontrar una solución colectiva. Por ejemplo, reforzar los controles en las fronteras exteriores es una buena idea para controlar mejor el flujo de los migrantes. Es de esperar que Angela Merkel será escuchada”, plantea.