La honestidad es una gran virtud. Y en materias públicas, tanto más. El dato de que aumentó algo el desempleo en Chile es uno de los datos honestos de la semana. Nada para vanagloriarse. Pero al menos sabemos cuántos puntos calzamos y que es necesario abordar con decisión esta mala tendencia. A esto se suma que, al menos así lo percibo en el ambiente, los chilenos sienten su empleo como inestable.
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Según una encuesta aparecida hace unos días, más de la mitad de los chilenos teme perder el suyo. Dios quiera que no ocurra, pero la sensación es reveladora de que tenemos un mercado laboral frágil.
Somos un país muy dependiente de factores externos en materia económica y, lo peor, de los vaivenes del producto estrella de nuestra economía, el cobre. La verdad, “el pan de Chile” es entre bendición y maldición: nos regala una impresión de bonanza, nos saca de apuros, alienta en parte el progreso pero, no es fruto de nuestro esfuerzo, inteligencia, creatividad, sino de estirar la mano y sacar la piedra. Bastante básico, por complejo que se presente.
A esto se suma que no hemos sido previsores, que no hemos sabido ahorrar para los tiempos de vacas flacas. Ha faltado una mirada de largo aliento, que prevea esos vaivenes y, lo más importante, nos prepare para el minuto en que el “oro rojo” simplemente se acabe o pueda ser sustituido por otros metales.
Como sea, sacando piedras no llegamos a ser una mejor sociedad. O nos reinventamos como país, o seremos siempre dependientes de un producto cuya explotación no es signo de inteligencia sino de encubierta flojera.
Urgen políticas de creación de mayor empleo -“trabajo decente”, como se dijo hace un tiempo-, que vigorice la economía y nos permita dar el relamido “salto a la modernidad”.
Quien da trabajo, crea empleo, realiza una de las más nobles tareas humanas: dignificar al otro, valorar lo que es, permitirle llevar una vida digna. Quien da trabajo, realiza lo propio de Dios: crear. Dios sigue actuando a través de quienes dignifican a otros.
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El trabajo es una bendición, no un mal. Hombres y mujeres requieren crear, desarrollarse, realizarse en la vida. Potenciemos como sociedad esa maravillosa faceta del ser humano, la que nos acerca unos a otros, nos hace hermanos, sujetos de un destino común.
Los cristianos celebramos el tiempo pascual. Cristo ha resucitado, vencido a la muerte. Con ello, desaparece la sombra de la muerte fatal, para transformarse en puerta de entrada a la vida definitiva. Todos vamos a morir. Es una realidad triste pero, a partir de Jesús, ahora es certeza de camino a la verdadera vida.
Y ese hogar definitivo comienza a construirse aquí. Nuestras buenas obras -las obras de misericordia a que nos invita el papa Francisco- se realizan en el día a día, haciendo más felices a los demás.
Haga de su trabajo fuente de felicidad. Cuídelo. Y si da trabajo ¡bendiciones! Sepa que está realizando un gran bien. Y que abril sea un buen mes para todos.
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